Esto es lo que me ha entusiasmado del libro, que te da claves sobre lo que realmente pasa dentro de la cabeza de los pequeños cuando hacen lo contrario de lo que se les dice o tienen reacciones inexplicables. El libro se centra en niños de 0 a 12 años (con estrategias para cada edad), aunque para más mayores tiene otro que se publicó el año pasado, titulado ‘Tormenta cerebral. El poder y el propósito del cerebro adolescente‘.
El libro no se enfoca únicamente en las rabietas ni en los conflictos, sino en todos los momentos, en el día a día. Habla de cómo podemos los padres aprovechar cada momento rutinario para hacer que nuestros hijos desarrollen su cerebro, tratándolo como oportunidades de crecimiento y aprendizaje y también, por supuesto, en los momentos más difíciles. Su visión positiva de todo lo que podemos hacer los padres por cultivar la mente de nuestros hijos es muy esperanzadora.
Y sobre todo, no resulta agobiante, como sí lo son otros libros de crianza en los que acabas terminando que debes actuar como un robot: “No es realista pensar que puedes aprovechar todos los momentos que tienes con tu hijo. Lo que cuenta es que seas consciente de las oportunidades cotidianas para fomentar el desarrollo de tus hijos. Y sí, a veces incluso está bien dejar pasar uno de esos momentos ideales en que podrías enseñar algo”.
Por cierto que si has visto este verano la película de Pixar ‘Inside out‘ (‘Del revés‘), te sonarán muchas cosas de este libro y te encajrán todas las piezas del puzzle. De esta interesante lectura, me quedo con algunas enseñanzas muy útiles para el día a día desde mi punto de vista de madre. Si quieres saber más, en este enlace se analiza el libro desde la óptica profesional de un psicólogo:
→ El cerebro del niño está compuesto por dos mitades, la emocional y la racional, que deben integrarse en uno. Nuestro trabajo como padres es conectar con nuestros hijos cuando su mitad racional manda. Para ello, no tenemos que apelar a su lado racional (con explicaciones que no entienden) sino con nuestro lado emocional (cariño y comprensión) para dirigir sus sentimientos y pensamientos.
→ La importancia de hablarlo todo con el niño, sin restar importancia a lo que le pasa y sin negar sus sentimientos. Ponerle voz a lo que pasa por su cabeza es la mejor manera de empatizar, conectar con ellos y redirigirles en sus momentos difíciles. Su cerebro está en formación y crecimiento y no podemos pedir que responda racionalmente, como lo haría un adulto.
→ Aunque sean pequeños y creamos que no entienden la variedad de emociones, hay que ser preciso, sin quedarse en ‘triste’ o ‘enfadado’. También se puede estar ‘molesto’, ‘disgustado’, ‘confundido’, ‘desanimado’, sentirse ‘decidido’, ‘culpable’ o ‘sorprendido’.
→ Hablar sobre sus experiencias hace que los niños recuerden todo mucho mejor, que se entiendan a sí mismos y se conozcan, a la vez que contribuye a desarrollar la inteligencia emocional y a tener un “cerebro integrado”.
→ Debemos hacer que nuestros hijos ejerciten su cerebro, algo que se consigue con el simple hecho de preguntarles si prefieren una camiseta u otra, lo que además les hace más autónomos. Pero también con preguntas como éstas ‘¿Por qué crees que está llorando ese bebé?’ o ‘¿Por qué nos habrá tratado tan mal esa señora en la tienda’?, con las que se ejercita un valor como la empatía.
→ Hablar de los sentimientos y reproducir punto por punto historias pasadas (siempre respetando los ritmos del niño) sirve para desactivar emociones traumáticas y hechos de pasado que bloquean al niño y no le dejan avanzar.
→ Ante situaciones difíciles como las rabietasy los bloqueos del niño, ayuda algo tan sencillo como mover el cuerpo (a modo de juego) o practicar algo de deporte. La mente se desbloquea y se ve todo de otra manera.
→ Una estrategia que me ha gustado para los niños poco comunicativos o que responden con monosílabos: en vez de preguntarle qué tal en el colegio, decirle que cuente tres cosas que le han pasado, dos ciertas y una inventada, para que el adulto adivine cuál es la que no ha ocurrido.
→ Se pone en valor a los padres lúdicos, a pasarlo bien en familia sin más. Cada vez que nuestros hijos reciben una experiencia divertida y placentera en familia, les damos un refuerzo positivo sobre lo que significa participar en una relación de afecto con los demás. Por cierto que en este libro se asegura que los hermanos que juegan mucho, aunque discutan bastante, tienen muchas probabilidades de que se lleven bien de mayores. El peligro está, dicen, si se ignoran.
→ Una reflexión muy interesante sobre el cerebro social y la acción de las neuronas espejo: “No es una exageración afirmar que las relaciones que proporcionemos a nuestros hijos tendrán un efecto también en las relaciones venideras”. “Podemos ejercer un impacto en el futuro del mundo ocupándonos debidamente de nuestros hijos y ofreciéndoles de manera intencionada los tipos de relación que valoramos y queremos que consideren normales”.
¿Habéis leído este interesante libro? ¿Qué os ha parecido?
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