Llevamos más de un año en casa con el arco iris Waldorf y ya ha pasado tiempo suficiente como para poder valorar si es un juguete en el que merece la pena invertir o no. De hecho, y aunque me atraía muchísimo, -como lo siguen haciendo otros materiales como el árbol musical y la mesa de luz-, no me animé a dar el paso hasta que nació la pequeña. Así, tenía ya el doble de posibilidades de triunfar con el regalo
En primer lugar, el arco iris Waldorf cuesta unos 60 euros en su versión grande (los más pequeños son más baratos), un desembolso importante, pero no tanto visto desde el punto de vista de su versatilidad y de que es un juguete para siempre. Si sumáramos lo que nos han costado coches, cromos y otros juguetes de plástico que se han perdido y roto rápidamente, veríamos cómo éste sí sale a cuenta.
Lo curioso del juguete, que vale un potosí como elemento decorativo (y esto no es moco de pavo), es cada niño se aproxima a él de una manera y lo exprime a su modo. Cada uno le da un uso diferente y le da su personalidad.
Sabemos que es un material lúdico y educativo de primera, un juguete natural con el que se trabajan los colores y las formas, el equilibrio, la coordinación, la simetría, la resistencia, la lógica, el juego simbólico y hasta se aprenden matemáticas… Pero, una vez lo tengamos en casa, ¿realmente los niños lo van a aceptar con tanta ilusión y fascinación como sus padres?
El arco iris Waldorf como montañas, cuevas y casas
En este tiempo, las piezas del arco iris Waldorf se han convertido en un escenario montañoso, en cuevas y en puentes por los que han cruzado los animales de plástico de mi hijo mayor. Para él, este material ha sido parte de su escenario de juego.
Pocas veces lo ha elegido para hacer construcciones (que es su uso principal, siempre según lo vemos los adultos, claro) por la sencilla razón de que no le gustan. Pero no por ello lo ha olvidado en un rincón.
Sí quiero aclarar que el arco iris Waldorf nunca ha sido su primera opción de juguete: era un complemento más. Pero esto lo achaco a que su cuarto está lleno de animales, muñecos y figuras que le llaman la atención y con las que quiere comenzar a divertirse cuanto antes.
Nunca está el arco iris solo, siempre es parte de algo más. Muchas veces lo ha integrado en su juego porque yo se lo he propuesto, sobre todo al principio, ahora la iniciativa parte de él. Incluso ha dejado su marca en él (¿ves esos dibujitos de naves espaciales que ha pintado?)
La pequeña, que en verano cumplirá dos años, ha tenido desde siempre cerca este material pero ahora le llama mucho más la atención. Lo toca, nombra sus colores y se lo pasa por el cuerpo, tomando consciencia de sus líneas curvas: lo coloca sobre la tripa, al cuello como un collar… Le está tomando la medida.
Su colores vibrantes le fascinan y atraen y dejándoselo a mano, recurre mucho más a él que su hermano.
Asiento, tobogán y tabla curva
Desde hace poco usa los arcos más grandes como asiento y juega a caerse desde ellos. Y el más ancho se ha convertido en su tabla curva favorita: se sube encima, con los dos pies muy juntos para no caerse, y se ríe.
Coloca los arcos sobre su espalda y los apoya en el suelo de un lado y del otro, buscando otras superficies sobre las que equilibrarlos.
Está en plena fase de exploración de su cuerpo y de lo que es capaz de hacer con él y de encontrar sus límites, y se vale de todo lo que pilla.
Por cómo juega y sus intereses, está claro que ella sí le sacará más partido como un juego de construcción, así que le auguro una larga vida en casa, cada uno usándolo a su manera. Y si no, lo usará para aporrear otros juguetes con sus arcos, como también hizo su hermano.
¡Larga vida al arco iris Waldorf!