Felices errores

Ser testigo privilegiado de una vida que empieza puede convertirse en la mejor excusa para revisar los propios pasos. Una de las primeras conclusiones es que en esto de las relaciones humanas nunca dejamos de aprender, o dicho de otro modo, no paramos de cometer errores. Alguien que acaba de reconducir su vida me dice que, por suerte, los suyos fueron tan grandes que un día no quedó más opción que frenar de golpe y cambiar de rumbo. No se me había ocurrido pensar que, a medio plazo, el remedio puede ser más rápido cuando el problema es mayor.

Hablando de soluciones, frecuentemente olvidamos una máxima que no por repetida es menos cierta: no dejarse paralizar por los problemas que la tienen, y tampoco por los que no. La idea resulta esperanzadora, pero obliga a pelear sin descanso; son pocas las cosas que no pueden cambiarse si uno se empeña, y aun en casos perdidos hay que luchar hasta el final.

Pienso en las veces que tiramos la toalla sin ni siquiera probar: decenas, cientos, quizá miles. Las personas que desaparecen de la vida, o no llegan a entrar porque no sabemos ganarnos los afectos, o las actitudes contra las que predicamos y en secreto mantenemos. Mucho se habla de cómo educar a los niños, quizá la tarea debiera comenzar por los propios adultos, que andamos tantas veces a ciegas por el camino de los sentimientos.
felices errores


Dicen que no se aprende de los errores de otros, y menos de los de tus padres. Seguramente sea cierto, pero quisiera creer que no hay caminos únicos y crisis inevitables. Las rabietas infantiles, la adolescencia rebelde, el afán por consumir, todos los peligros ante los que a veces creemos que nada se puede hacer salvo echarle paciencia y encomendarse a la suerte. Inés parte de cero para elegir su camino, pero yo puedo recurrir a mis fracasos para intentar ofrecerle alternativas; con un poco de suerte, quizá mis fallos puedan hacer su vida más feliz.

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