Hablando de soluciones, frecuentemente olvidamos una máxima que no por repetida es menos cierta: no dejarse paralizar por los problemas que la tienen, y tampoco por los que no. La idea resulta esperanzadora, pero obliga a pelear sin descanso; son pocas las cosas que no pueden cambiarse si uno se empeña, y aun en casos perdidos hay que luchar hasta el final.
Pienso en las veces que tiramos la toalla sin ni siquiera probar: decenas, cientos, quizá miles. Las personas que desaparecen de la vida, o no llegan a entrar porque no sabemos ganarnos los afectos, o las actitudes contra las que predicamos y en secreto mantenemos. Mucho se habla de cómo educar a los niños, quizá la tarea debiera comenzar por los propios adultos, que andamos tantas veces a ciegas por el camino de los sentimientos.
Dicen que no se aprende de los errores de otros, y menos de los de tus padres. Seguramente sea cierto, pero quisiera creer que no hay caminos únicos y crisis inevitables. Las rabietas infantiles, la adolescencia rebelde, el afán por consumir, todos los peligros ante los que a veces creemos que nada se puede hacer salvo echarle paciencia y encomendarse a la suerte. Inés parte de cero para elegir su camino, pero yo puedo recurrir a mis fracasos para intentar ofrecerle alternativas; con un poco de suerte, quizá mis fallos puedan hacer su vida más feliz.