Globos

Pocos objetos representan como un globo la imagen de la ilusión. A los tres años, mis padres me compraron uno de esos rellenos de un gas que los hace flotar, y todavía recuerdo mi decepción a la mañana siguiente al verlo convertido en una goma arrugada. Este pequeño ‘trauma’ es seguramente uno de los más comunes de la primera infancia, cuando uno no entiende que la felicidad es efímera y que todo lo que sube baja. Desde ese día, el mundo fue un poco más inseguro tras aprender que hay cosas que no tienen remedio, y nadie, ni siquiera tus padres, pueden hacer nada para evitarlo.

En las últimas semanas los globos han cobrado un singular protagonismo en nuestras vidas gracias a la campaña electoral. Curiosamente, los candidatos también parecen depositar grandes esperanzas en esferas que entregan a pequeños ciudadanos sin derecho a voto. Quizá los hinchan demasiado, o el material es de poca calidad, pero todos suelen explotar al poco rato. En mi fuero interno pienso que son un fiel reflejo de lo que algunos representan.

Coleccionar globos pinchados se ha convertido en el nuevo pasatiempo favorito de Inés. El otro día me tendió uno con la intención que lo hinchara y no pude evitar el impulso de abrazarla. Como todos los padres, querría evitarle el sufrimiento y el fracaso y sé que no es bueno ni posible. Resulta que ahora soy yo la que tiene que guiar el aprendizaje de las leyes inexorables de la vida, cuando yo misma tengo dudas de conocer bien la lección.

Seguramente muchos anden estos días asimilando derrotas, tras haberse pinchado sus ilusiones como esos globos que hace poco repartían. En aprender del fracaso reside la clave de la superación, pero quizá sea ésta una de las lecciones más difíciles de aprender.

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