La competitividad como forma de educar ¿Es sana?

Me parece mentira que a día de hoy, entre tanta pantomima social, se siga educando a nuestros pequeños en la competencia.

Sutil o descaradamente, según el caso, encontramos a esta gran enemiga en colegios, universidades, centros de trabajo y grupos de cualquier índole. Nada parece salvarse de ella.

El ser humano parece conformarse, y nuestros hijos, se educan cada día para la competencia en centros de enseñanza obligatoria, donde convertirse en un número, en una nota, en un título… es precisamente eso, obligatorio.

La competencia entre iguales, es totalmente contraria a la colaboración y apoyo mutuo. Ésta, en un mundo que nos pide a gritos compasión y comunidad, no tiene cabida alguna. ¿Por qué entonces se sigue educando en ella y para ella?

Encontramos multitud de expertos que aseguran que la competencia es positiva para el desarrollo de nuestros pequeños, pero me permito estar totalmente en contra de dicha corriente. La gran mayoría de sus defensores, explican que una competencia sana o con uno mismo aporta a los niños herramientas tales como la complicidad y la empatía, pero precisamente éstas, junto con otras herramientas valiosas en el desarrollo emocional y social de nuestros pequeños, se adquieren con la cooperación y no con la competencia. ¿A qué llaman competencia sana? La “competencia sana” es una mentira, no existe la competencia sana como tal; esto me recuerda al término “envidia sana”, la envidia, no puede ser sana, puedes sentir admiración por alguien, pero no “envidia sana”, por mucho que nos empeñemos en usar dicha expresión.

Con respecto a “competir con uno mismo” sucede la misma cosa, uno no compite consigo mismo, uno puede ejercer la superación personal, puede ser consciente de sus limitaciones y proponerse superarlas, puede querer mejorar algún aspecto de sí mismo, pero no compite consigo mismo.

Hay multitud de juegos en los que parece inevitable la competencia, es decir se precisa un ganador para dar por finalizada la partida, y los jugadores deben “competir” entre ellos para alcanzar el podium, para ganar. En estos casos es de vital importancia mostrar al niño que en un juego, todos ganan, ya que la única finalidad del mismo, más allá de ganar según las reglas establecidas, debe ser divertirse, disfrutar del momento y del juego en sí mismo.

Debemos saber y conocer que existen juegos sin competencia, juegos para niños donde ganar no es la finalidad, donde se juega con los otros, no contra los otros y donde la cooperación y comunicación sea la herramienta necesaria para llegar a un fin colectivo, no individual. Estos juegos, mayoritariamente olvidados, son de vital importancia para una humanidad libre, empática y cooperativa.

Tenemos la mala costumbre de tachar de ganadores y perdedores innecesariamente, por ejemplo, podemos jugar a pasar una pelota y podemos optar a la superación personal de que la pelota no caiga al suelo, podemos querer mejorar nuestras habilidades y nuestros movimientos, nuestro equilibrio…pero de pronto nos surge la idea de una tabla donde anotar una puntuación a los jugadores o se nos ocurre que al que se le caiga la pelota pierde. ¡Y San Se Acabó!. Finalmente puede que queramos superarnos a nosotros mismos sí, pero por ganar puntos, por no perder, por competitividad; cuando de otra forma, si no hubiese ganadores y perdedores, el sentimiento de superación no iría ligado a la competitividad.

En un mundo donde nos “educan” en la competencia, existe cierta predisposición a la confrontación entre semejantes, a querer ser “mejores que”, a ejercer determinadas acciones con el único fin de ser el primero, restando importancia al proceso en sí mismo. En mi etapa de estudiante, recuerdo cómo me sentí en varias ocasiones traicionada por personas a las que tenía verdadero aprecio, porque en un momento dado se enfrentaron a mí por competitividad, por mostrar su supuesta valía y superioridad ante maestros y profesores. Ahora entiendo que simplemente somos víctimas del mundo en el que somos educados.

Esa competencia que tachan de inocente y sana, hace que el ser humano se distancie de sus semejantes por ser el primero, por ser el mejor o por obtener reconocimiento. Desde aquí animo a todos a que hagamos hincapié en la importancia de la colaboración y de alcanzar fines colectivos, en equipo, en cooperación con los demás.

Quizá así, algún día nos sorprendamos del enorme potencial que tienen los niños y que tenemos los adultos para sostenernos y apoyarnos mutuamente, porque somos manada y porque juntos, dejando a un lado la competitividad, podemos conseguir cosas verdaderamente bellas por, y para el mundo que nos abraza.

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Etiquetas: Crianza

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