Desde el pasado 16 de marzo, son millones de niños y jóvenes estudiantes los que se han visto obligados a permanecer en sus casas a consecuencia del estado de alarma provocado por el coronavirus.
Ante esta situación globalizada, mucho se ha hablado del homeschooling temporal al que se están sometiendo las familias españolas, siendo el final de curso 2019-2020 todo un debate entre el Gobierno y las Comunidades Autónomas. Parece que las instituciones caen en el grave error de creer que los niños necesitan del colegio para seguir aprendiendo, y ahora más que nunca, temen que el aprendizaje escolar de los niños se vea severamente paralizado.
Mientras que Italia parece decantarse por el aprobado general de los alumnos, post evaluación a distancia de sus conocimientos adquiridos, España se niega al aprobado masivo y se abre a la evaluación del curso teniendo en cuenta los aprendizajes básicos y esenciales.
Me sigue costando trabajo comprender la invasión moral y emocional a la que se exponen a los más pequeños con evaluaciones absurdas sobre conocimientos estáticos que no servirán de mucho al futuro de los niños. Quizá, durante la cuarentena, muchos niños han podido desarrollar con libertad su deseo de aprender algo que realmente les motiva. Quizá hayan podido expresar su creatividad, sus dotes artísticas e imaginativas como nunca antes; pero de nuevo, la Educación antepone una nota a la realidad de cada individuo, dando por hecho que sin evaluación superada, no ha habido crecimiento.
Las notas a menores de edad deberían estar prohibidas por ley. La adquisición de aprendizaje no es algo que deba cuantificarse y, mucho menos, simplificarse al estudio de conocimientos firmes e inamovibles que en la mayoría de los casos se memorizan sin llegar a ser ni siquiera comprendidos.
Todos sabemos que de nada nos sirvió perder horas de nuestro tiempo memorizando la tabla de multiplicar o los elementos químicos. Todos tenemos esa sensación de opresión cuando nos acordamos de los exámenes, los deberes, el colegio… Sin embargo, pocos son capaces de detenerse a observar cuánto tiempo robado se les impone a los niños; pocos miran a sus hijos a los ojos y sienten el deber de salvarlos de un sistema educativo que no les funciona y no les funcionará jamás. Un sistema que contribuye a que todos seamos mediocres en todo y buenos en nada; es lo que tiene una educación que no contempla que todos somos distintos y que, por tanto, nuestros intereses, motivaciones y habilidades, también lo son.
Me parece tremendamente injusto que, además de estar confinados en casa, los niños tengan que dedicarse a asuntos escolares. Dejen en paz a nuestros pequeños; dejen que jueguen, que exploren y que aprendan lo que realmente quieren y desean aprender. Dejen que los niños se enfoquen en aquello que les hace felices y si verdaderamente quieren debatir sobre la Educación en España, debatan la urgencia de alternativas educativas que garanticen la integridad y el respeto hacia las motivaciones de aprendizaje individuales y personales de cada uno de los niños.
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