Los niños imitan a sus padres con la diferencia de que los niños aprenden mucho más deprisa que sus padres en temas relacionados con tecnología.
A los más pequeños conviene educarles en el descubrimiento. El niño es protagonista de su educación y sus padres son los responsables. En ocasiones se utilizan los dispositivos móviles como “cuidadoras digitales”, para que se entretengan y nos dejen un rato en paz.
No se trata de prohibir, se trata de educar. Pero educar no es dejarles el móvil y desentendernos. Aplica el sentido común.
No hay que quemar etapas antes de tiempo en el proceso educativo. Tampoco hay que correr en lo relativo a las nuevas tecnologías. Los niños son niños y seguirán siéndolo siempre. Según el Instituto Nacional de Estadística el 30% de los niños con 10 años tiene móvil en España.
No solo está demostrado que el bombardeo externo de estímulos no hace niños más listos, sino que, en los últimos años, han empezado a surgir estudios que relacionan la sobreestimulación con problemas de aprendizaje.
La sobreestimulación puede tener efectos adversos, pueden presentar problemas relacionados con la atención y trastornos en el aprendizaje, y una disminución del interés del alumno en el aula.
La sobreestimulación predispone al niño a vivir con niveles de estímulo cada vez más altos. Es como una espiral. El niño se vuelve hiperactivo, nervioso, no está a gusto consigo mismo.
Conceder al niño toda clase de caprichos implica saturar cada vez más los sentidos. Vale la pena poner ciertos límites además de conocer cuánto tiempo se conecta, a qué juega, con quién, qué hace, qué ve, qué le atrae.
Algunos textos de este artículo han sido seleccionados del libro: Educar en el asombro – Catherine L’Ecuyer