Hace un par de meses, un gran amigo mío llegaba también a los 30. Como se porta tan bien conmigo, decidí enviarle un libro y una carta. En ella le decía que con la llegada del 3 se va una de las décadas más locas e irrepetibles de nuestras vidas. La veintena tiene ese punto de inconsciencia controlada que la hace única. Ese aroma inconfundible a libertad, descubrimiento y largas noches de beefeater, ron y amigos. Echo la vista atrás, recorro la década que pasa ahora a la historia, y veo noches de discoteca, amaneceres mágicos que te pillan en cualquier lugar menos en casa, calles de La Habana, tardes de playa, ritmos de salsa y cubatón, el Xantia de mi padre (si el coche hablase…), terrazas de verano, ferias de Albacete, días en Ibiza, fines de año locos en la costa alicantina, muchos quintos de cerveza, gente que pasó por mi vida y se fue sin dejar rastro, gente que entró en mi mundo y se quedo en él para siempre, canciones que quedaron eternamente vinculadas a un instante de felicidad y, sobre todo, veo a mis amigos. La década de los veinte, sobre todo su primer lustro, es la de los amigos. En el 70% de mis recuerdos los veo a ellos. Y ahí se quedarán para siempre. Como se quedarán nuestras historias, que empiezan ya a tomar ese color amarillento de las leyendas.
El segundo lustro de la veintena tiene nombre de mujer. Y se llama Diana, aunque ahora la conozca más como la mamá jefa. Las casualidades de la vida la pusieron en mi camino cuando más perdido estaba. Y desde entonces ella es mi preciada brújula. Muchas veces pienso que si ella sonríe nada malo nos puede pasar. ¡Imaginad el poder que tiene su sonrisa! Gracias a ella, y apurando ya los últimos meses de la década, llegó al mundo mi otra brújula. La niña que pondrá nombre a las décadas venideras.
Hace un año, tal día como hoy, Mara me hacía su primer regalo. Ya era una bebé a término y podía nacer en cualquier momento sin ser prematura. Un año después me hace su segundo regalo: Acompañarme por primera vez en un día tan especial. Porque los cumpleaños en sí pueden ser más o menos especiales, pero los cambios de década siempre tienen un aliciente, algo inexplicable que los hace especialmente especiales (Valga la redundancia). Y más todavía si la mamá jefa y maramoto lo iluminan con sus sonrisas.
Soplo la vela de los treinta. Por delante otra década por escribir. Ahora como papá en prácticas. El tiempo vuela…