Momentos

Con la lactancia como excusa, me tomo alguna que otra licencia con los dulces. El caso es que un café con leche debidamente acompañado se ha convertido en un placer cotidiano y casi irrenunciable. Siempre lo fue, pero desde hace un tiempo constituye además un pequeño oasis de paz, siempre que Inés no decida saltarse la siesta, claro.

Instantes así me producen un extraño bienestar; un café corriente, casi a escondidas mientras los demás duermen. La cosa se pone aún mejor si a su lado aparece un bizcocho integral o de zanahoria. No necesito más para ser feliz, en cambio si ese momento falta los días parecen hacerse más difíciles.

Ratos para poner orden en casa y en la mente; en ambas a la vez, casi siempre. Planear qué haremos luego, repasar temas pendientes, acordarse de una amiga (la llamo sin falta, de esta semana no pasa), soñar con el futuro. Con un niño pequeño, esos paréntesis son tesoros que hay que cazar al vuelo porque llegan sin avisar y cuando menos lo esperas. El café a la hora de la siesta, el cigarro en el garaje de madrugada antes de irse a la cama, un rato (por fin) en el baño a solas.

café y pastisset
café y ‘pastisset’

El último acompañante en ‘mis momentos’ se llama pastisset, una empanadilla rellena de requesón y nueces que muchos objetarán que es demasiado contundente cuando el termómetro marca cuarenta grados. Seguramente tienen razón, pero también puede alegarse que, puestos a hacer algo, pues que sea en condiciones. Al fin y al cabo, la felicidad de la vida se esconde en los pequeños momentos; en nuestra mano está muchas veces hacerlos un poco más grandes.

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