Una va cargada de ilusiones a la primera extraescolar de su hijo, con el bolso y todo el material preparadísimo, pensando que aquello va a ir como la seda (porque el niño se lo ha pasado de muerte el verano en la piscina) y sale de allí diciendo tierra trágame y preguntando si podemos desapuntarnos y recuperar el dinero de la matrícula.
Porque pegarse media hora dentro de la piscina sola, llamando al niño que se ha quedado lloriqueando en el bordillo y que sólo acierta a señalar con su regordete dedo la puerta, baja tus pretensiones a tierra, o mejor dicho, las hunde más abajo. Sobre todo si miras alrededor y ves al resto de niños de su clase (de la misma edad, supuestamente) que se tiran prácticamente de cabeza, hacen sus pinitos con el buceo y nadan ya acompañados de una tabla. Sí, las comparaciones son odiosas, pero sólo podía ver que a un bebé rodeado de socorristas en potencia.
Empecé a darme cuenta de que aquello no iba bien cuando el monitor, que sacó toda su retahíla de gracietas para hacerse amigo de mi hijo y sólo consiguió caer en desgracia, pidió a los niños y padres que se sentaran en el bordillo a salpicar con las piernas. Lo intentamos con todas nuestras fuerzas, pero nuestro chico sólo movía la cabeza. Falta de práctica.
Lo malo es que no hubo más momentos para practicar, porque cuando pidió que se agarraran al bordillo y se deslizaran con las manos, sólo intentó escapar de allí. Así que lo de flotar boca arriba, hacer el caballito con un churro y no sé qué más cosas que hicieron, se las pasó por el arco del triunfo. En cambio, mi peque dedicó la media hora de clase a buscar ciento una maneras de huir de la piscina, mojando toallas ajenas y buscando chancletas que mordisquear (como hizo en verano, de eso sí se acordaba). Alguna que otra encontró, y no precisamente las nuestras.
Ante mi súplica de que, por favor, nos pasen al grupo de un año menos (creo que ahí va a estar con niños de una edad similar, al fin y al cabo nació en diciembre), el monitor me pidió paciencia. Pero el segundo día de clase, que casi fue peor, parece que por fin tiró la toalla y me sugirió que podríamos intentarlo.
Y en la tercera sesión, ya en la clase de los bebés, mi peque se ha encontrado como pez en el agua. Sin presiones, con un ritmo de clase más lento y ejercicios más sencillos, hemos conseguido que aguante veinte minutos seguidos en el agua y que se convierta, casi casi, en el cabecilla de clase. Decidido: del nivel de bebés, no nos moverán.
Hay veces en las que un paso atrás es la mejor manera de coger impulso para adelante. ¿No crees?