No siempre eres capaz de afrontar la frustración, el desasosiego, el dolor y la culpa.
No siempre te sientes fuerte y con esperanza.
No siempre tienes ganas de seguir ni te quieres levantar.
No eres una super, ni una mega, ni una guerrera ni nada, solo una mujer que ha sido madre y ha tenido que afrontar la enfermedad porque no había otra.
No siempre eres dueña de tus propias decisiones, ni eres dueña de tus actos, ni puedes cambiar tu destino.
No siempre puedes sonreír, ni bailar, ni cantar, ni estar tranquila.
No siempre te apetece celebrar lo que tienes, ni ser feliz, ni vivir la vida.
No siempre tienes ganas.
Pero siempre hay algo que tira de ti, de tus piernas, de tu cuerpo, y respiras y caes rendida, y te duermes en cualquier lado.
Siempre hay algo dentro de ti que sabe que puedes sentir dolor y culpa y que no tienes que aguantar todo.
Siempre hay algo que te hace levantarte y te pones el traje de super, wonder o simplemente de pintas los labios y te comes el mundo a cucharadas.
Y siempre sientes que hay un margen personal a pesar de todo lo que te rodea, que hay una pequeña parcela de “tu misma” que hay una pequeña rendija por la que se cuelan tus sueños de mujer sencilla y mortal.
Y siempre hay un momento en el que, entre lágrimas, te sale el mejor de los sarcasmos, la mejor de las bromas y se te mezcla el llanto con la risa.
Siempre suena una canción que hace que se te vayan los pies solos o que cantes mientras lloras en la ducha.
Siempre hay un momento en el que el cielo es medio rosa, medio naranja, medio amarillo y medio azul y te sorprendes a ti misma dejando pasar el tiempo mientras miras por la ventana con la esperanza de que mañana volverá a salir el sol.