La terquedad (o cabezonería, como decimos por aquí) genera algunos frutos positivos. Otras muchas veces, el único resultado es una considerable pérdida de tiempo. Cuando la obstinación tiene nombre y apellidos la cosa suele estar abocada al desastre; casi todos escondemos alguna vivencia así en el fondo de la memoria. De nada sirven las cariñosas advertencias de personas amigas, la cruda evidencia de los hechos. En el terreno de los afectos, cuando la perseverancia se convierte en obstinación, cada fracaso nos lleva a aferrarnos más a nuestro objetivo en lugar de disuadirnos.
Una modelo de atractivo incuestionable asegura en una entrevista que la falta de amor de su expareja la hizo sentirse fea y desgraciada. Afirmaciones de este calibre me parecieron siempre tan ciertas como que el secreto de sus ‘medidas de infarto’ es beber tres litros de agua al día, o dormir cada noche doce horas. La duda aparece cuando, al día siguiente, una mujer real me dice exactamente lo mismo con otras palabras. No se llama Irina Shayk, ni falta que le hace, nunca imaginé que alguien como ella pudiera llegar a sentirse así.
Los manuales dicen que la verdadera autoestima surge en nosotros mismos, no de una pareja que nos haga sentir especiales y maravillosos, y que es necesario aprender a quererse para que nos aprecien los demás. Supongo que será cierto, pero también lo es que tantas veces, obstinarnos en quien no nos ama nos lleva a niveles desconocidos de la miseria… a mí, y quizá también a Irina Shayk.