Papeles cambiados

A los dos días de nacer mi hija, la pediatra del hospital entró en la habitación y preguntó por la mamá de Inés. En tres o cuatro segundos nadie dijo nada, hasta que la madre de la otra parturienta me señaló y empezó a reírse. Tras este lapsus, viré en un solo segundo de la sorpresa a la preocupación, pasando por cierta extrañeza y hasta un poco de vergüenza. Volví a constatar entonces mi lentitud de reflejos, pero también que a veces no resulta fácil interpretar nuevos papeles, aunque sean plenamente deseados.

Desde ese día he pensado mucho en los roles que asumimos a lo largo de nuestra vida, como eternos secundarios a la espera del deseado protagonista. Al principio parece que basta con estar, pero sin saber muy bien cómo, un día no queda otra que dar un paso adelante y tomar parte activa en la representación.

En algunos momentos resulta difícil saber quiénes somos en realidad. Ojalá la suma de nuestras vidas anteriores, quedándonos sólo con lo mejor de cada una. Hace poco coincidí con una famosa escritora que fue mi vecina en la infancia; su voz me devolvió al instante la imagen de aquella adolescente de pelo rizado que hace treinta años ya volaba alto. A lo mejor no cambiamos tanto, después de todo.
papeles cambiados


Una madre del parque me pregunta mi nombre. Tras varios meses coincidiendo todos los días, dice que le da apuro seguir dirigiéndose a mí como ‘la mamá de Inés’. Aunque represento el papel con dedicación y entrega, vuelvo a sentir la extraña sensación de no ser yo en realidad. Quizá sigo sin saberme bien mis frases, o a lo mejor me cuesta creer que a veces la vida es generosa y te concede lo que tanto deseas.

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