Hoy mis libros de infancia parecen en las manos de Inés anacrónicos, batallas de épocas lejanas incluso para mí. Y sin embargo, mucho de lo que soy está escrito en sus páginas. Algunas historias dejan huellas indelebles y no son necesariamente las mejores, pero la memoria es caprichosa y decide por su cuenta.Veo a Pinocho y me emociona el viejo carpintero que soñaba con ser padre, su deseo realizado en una marioneta con vida propia. Un ser tan peculiar hubiera encarnado el mejor ejemplo para abordar la diversidad, la vivencia de sentirse diferente, pero lo primordial entonces era obedecer y resistir las tentaciones, así fueras un muñeco de madera. Eran otros tiempos.
Fuera de los cuentos, muchos niños sufrieron entonces por no ser como los demás. De esas historias nacieron seguramente personajes como el Monstruo Rosa y Elmer, el elefante multicolor que un día quiso ser gris y confundirse entre la manada. Hoy son nuestros compañeros de aventuras, junto a un gato rojo sin rabo y una oveja sin ojos. Son nuestros ‘pinochos’ de lana; de momento no nos atrevemos con la madera como el viejo Geppetto. Confío en que su mensaje cale en mentes nuevas como la de mi hija y los niños aprendan a quererse con sus diferencias, respetar a los demás y no ser cómplices de burlas y acosos.
Duele comprobar que la historia se repite. A lo mejor los cuentos no han cambiado tanto, quizá lo difícil sea modificar los comportamientos. Los niños siguen sufriendo por su aspecto físico, forma de ser u orientación sexual. A veces los tiempos no cambian como a uno le gustaría: el perro verde, el gato rojo, siguen llevando las de perder.