En el terreno sentimental, y en todos, dar el salto no resulta fácil. Los cambios son momentos críticos para los que nos movemos con dificultad en tiempo de decisiones y preferimos la cómoda rutina y que los días pasen sin muchos sobresaltos. Por suerte o por desgracia, seguramente la primera, de vez en cuando llega el momento de desprenderse de algo y tomar partido, soltar lastre, romper amarras. Lo malo es cuando no hay alternativa, ningún asidero más o menos fiable, eso que hemos dado en llamar ‘plan B’.
Anteayer me encontré con alguien a quien siempre me alegro de ver. Parece que tras una época vital complicada y ante la ausencia de opciones, ha decidido mirar las cosas en positivo y dejarse de amarguras, eso que llamamos ‘relativizar’ y es a veces una estrategia inteligente ante lo inevitable y otras un freno para la acción.
El tema reaparece poco más tarde con alguien que cree que la luz sólo aparece tras dar carpetazo al presente. Mientras, bastante tenemos con seguir el ‘plan A’ y salir a flote a pesar de todo. Imagino la vida como la lucha por sobrevivir a un naufragio y la posibilidad de cambiar, aunque sea a lo desconocido, aparece como una alternativa a valorar.
Quizá tomar las riendas de la propia existencia no sea tan temerario, tomar impulso y ser dueños de nuestro tiempo, el único tesoro del que disponemos. Por eso siempre admiré a los capaces de saltar sin comprobar que hay agua debajo; aunque no estoy entre ellos, o precisamente por eso.