Prados más verdes

Una idea peregrina que me rondaba antes de ser madre era la posibilidad de que un hijo te caiga mal. Dicho de otro modo, si tu retoño puede ser una de esas personas que te ponen de los nervios hagan lo que hagan. Que suceda esto resultará excepcional, pero no que ciertos comportamientos desaten el (momentáneo) deseo de vender a tu vástago por un módico precio, regalarlo incluso.
Los padres coinciden al afirmar que las dificultades de la crianza crecen al mismo ritmo que el niño. A los más avanzados les parecerá nimio preocuparse porque una cría de dos años arranca objetos de las manos a sus compañeros de juegos y desea siempre lo que tienen los demás. Pero saber que algunas conductas son normales no frena a veces el desagrado que nos producen.
La irritación crece casi siempre cuando los pequeños repiten nuestros propios defectos. El ímpetu acaparador de mi hija  escenifica la idea frustrante de que lo de los otros siempre es mejor. No saber apreciar lo cercano y depositar los anhelos en otro tiempo o en lo que nos niegan es garantía segura de infelicidad. A veces requiere muchos kilómetros y demasiados años evidenciar que no llegará la paz mientras creas que la hierba siempre crece más verde en los prados lejanos.
Como en todo lo demás, Inés deberá recorrer su propio camino para llegar a esta conclusión, o a otra diferente. Decidirá entonces que su sitio se halla en lugares remotos, o en los paisajes de sus primeros días. Pero como decía la frase que no sé a quién atribuir, sabrá que está en el camino correcto cuando pierda el interés en mirar atrás.
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