imagen extraída de http://www.cinismoilustrado.com
Como todo, las cosas con moderación y bien explicadas tienen total cabida en la vida de nuestros hijos. La educación empieza en casa y empieza por nosotros mismos. Nuestros hijos aprenden lo que ven en nosotros; si en casa ven roles machistas, crecerán pensando que eso es lo normal; si ven violencia, serán violentos, si leemos, amarán los libros y si nos respetamos, respetarán a los demás y a sí mismos? ¿Y si ven cuentos de princesas crecerán pensando en llegar a serlo algún día? Pues no.
Esto os lo dice la madre de un adolescente que en su más tierna infancia estaba obsesionado con Spiderman. Tenía disfraces que se ponía a la primera oportunidad posible, juguetes de todos los tipos, muñecos, tazas, cuadros, cromos, películas, comics, pegatinas, hasta compartíamos bañera con una moto acuática y su Spiderman correspondiente, ¿y eso era malo? ¿Acaso Lucas creció pensando que si te picaba una araña mutante te convertías en superhéroe y tenías que vestir mallas apretadas para salvar al mundo? Bueno, quizás durante algunos años sí, pero como todos los niños, creció y dejó de pensar en Spiderman y pasó a otra cosa, y luego a otra y las que le quedan. Evidentemente, nosotros como padres tenemos una importante labor educativa, estaba bien que a Lucas le encantase Spiderman y "quisiera ser él" temporalmente, pero también jugaba a otras cosas, leía otros cuentos y veía otras películas, hablábamos de otros temas, salíamos a jugar a cosas diferentes, se relacionaba con otros niños, vamos, lo normal en la infancia.
Y de pronto, apareció Sara. Cuando supe que estaba embarazada de una niña, insistí en no comprar cosas rosas para ella, quería vestirla con todos los colores del arcoíris, sin entrar en el típico azul-niño/rosa-niña. Aunque muchas marcas de ropa lo ponen un poco difícil y siguen cayendo en los mismos estereotipos de colores, y acabas comprando cosas rosas porque son taaan bonitas. Y mi pequeña se fue haciendo mayor y creciendo en una casa de "chicos", llena de coches, muñecos, peonzas y Spidermans por todos lados. Y mira tú por donde que uno de los primeros colores que aprendió a distinguir era el rosa, sí señores, aunque yo no se lo había enseñado. Y ahora, con dos años y medio, vamos a comprar ropa y ella elige rosa, flores, princesas, mariposas? ¿y quién le ha enseñado todo eso? Porque yo no, bueno, que le gusten los dibujos de corazones puede ser cosa mía, pero el resto no. Yo la he dejado elegir, la he dejado crecer sintiéndose libre y ella ha optado por las princesas y por muchas más cosas. Porque no sólo de rosa vive el hombre, o la niña en este caso. Porque a Sara también le gusta jugar con coches, de hecho, abre el cajón de Lucas y le saca coches y pistolas con los que se pasa horas entretenidas. Y su taza de desayuno favorita es una de loza de Spiderman, reminiscencia de aquellos maravillosos años. Y tiene una camiseta de los Muppets (comprada en la sección de niños de una tienda, debe ser que a las niñas no les gusta la rana Gustavo) porque le encantan. Pero también tiene un disfraz de Blancanieves. Y en su carta a los Reyes Magos, después de ojear la revista de juguetes mil veces, se ha decantado por una muñeca de Elsa (Frozen), un perro que va en un bolso y un patín de Mickey Mouse, azul y rojo. Y si ve algo de princesas se pone la mar de contenta. E igual de contenta se puso cuando el otro día vio a un niño con una chaqueta de Mike Wazowski.
Lo que quiero decir es que nuestros hijos pueden crecer creyendo en cuentos de hadas, no hay nada de malo en ello. Siempre han existido. Pueden querer ser princesas o príncipes o superhéroes o pueden imaginar que sus muñecos tienen vida y hablan por las noches, pueden creer que los monstruos viven en un sitio donde la energía la crean los niños con sus gritos o pueden querer ser un villano que roba la luna. Para eso está su fantástica imaginación. Pueden querer vestir como sus personajes favoritos e imaginarse que son ellos durante un rato. Y después de ese rato, seguirán siendo niños, que creen en más cosas, que actúan, ríen, juegan, cantan y bailan, que leen cuentos y pintan dibujos, que comparten buenos momentos con sus familias y con sus amigos. Y nosotros estaremos ahí para acompañarlos y guiarlos, para no dejar que se pierdan por el camino. Si mi hija quiere ser princesa, que lo sea, ya me encargo yo de enseñarle otros valores importantes de la vida.
Y tus hijos ¿juegan a ser princesas?