Un día, en plena mañana, alguien sube las persianas, descorre las cortinas y abre las ventanas de par en par. La luz entra a raudales golpeando cada partícula, como un furioso torrente que arrasa todo cuanto encuentra a su paso. Los ojos se sienten violados y las pupilas empequeñecen. Se abren tímidamente y solo descubren minúsculos puntos blancos que se mueven lentamente hasta perderse en el espacio.
Tras volver varias veces al cobijo de la oscuridad, llega un momento en que los ojos, dejan de notar esos puntos y redescubren un escenario plagado de detalles y texturas olvidadas, algunas nuevas. Colores saturados. Entonces, se posan sobre cada mota de polvo y sobre cada pequeña alteración de toda superficie, recreándose en ella.
Son detalles solo perceptibles para los ojos que han pasado cierto tiempo en la oscuridad.