Pero tarde o temprano el momento llega. Aunque nos pille curtidos, duele encajar que el camino que iniciamos con tantas esperanzas está abocado al fracaso. Por eso la mente se bloquea al escuchar sin paliativos que luchamos por alguien que no nos quiere o que nuestros proyectos fracasarán porque el negocio no es viable. No es fácil decir adiós a horas de trabajo e ilusión, castillos en el aire que dieron alas a nuestra vida, aunque dejáramos de creer hace tiempo en caminos de rosas.
Llegar a punto muerto nos fuerza a recapacitar y explorar nuevos horizontes y aquí es donde la experiencia juega a nuestro favor. Después de varias caídas, la vida suele mostrar la cara positiva del fracaso y nos enseña a encararlo como una nueva oportunidad. Muchas veces la suerte cambia justo después de que alguien arroje un jarro de agua fría sobre nuestras ilusiones, pero hay que saber soltar lastre a tiempo y fabricar otras nuevas. Otra opción es tomar nuevo impulso y perseverar; al fin y al cabo, más de uno logró lo que los demás consideraban imposible. Cualquier alternativa vale menos renunciar a los sueños, porque son la energía que da color a nuestra vida. Y como ella, ni se crean ni se destruyen, solamente se transforman.