Título

Un año ya pasó.

Sí, uno.

Parece poco tiempo pero en la vida de esta familia un montón.

Hoy hace un año de la llegada de Pini al mundo.

Me cuesta escribir sobre eso porque tengo la casa ordenada a medias, ropa lavándose, ella y su hermana mayor duermen y no quiero hacer demasiado ruido con el teclado siquiera para que se despierten, tengo trabajo acumulado de Alaska, 30 bolsitas golosineras por estampar, regalos que pasar a buscar, diseños que terminar, pececitos de colores por coser y un millón de cosas más que me voy acordando a medida que las quiero enumerar.

Nuestra vida es así, caótica. Bellamente caótica.

En medio de un caos parecido llegó Pini. No la buscamos. Recién estábamos empezando a conocernos como familia, a ver si funcionábamos como pareja con D., si Miri se adaptaba a la idea de dejar de ser sólo dos.

Y así de repente, un día me sentí embarazada. Juro que puedo sentir esas cosas. Mis amigas más cercanas saben que es como un don.

Decidimos comprar allá por abril de 2017 un test en el Dollar Tree (es como un Todox2pesos con la única diferencia que allá SÍ todo sale 1 dólar) y me metí al baño a hacérmelo.
No vi la segunda rayita e hice que D. entrara y dije: No. Y él dijo: Mirá.

Y fue mágico. Apareció ahí, se tomó su tiempo, como es Pini para todo.

De ahí en más fue un decidir qué hacer, cómo seguir. La respuesta fue seguir adelante e ver qué salía de todo eso.

Lo demás fueron mudanzas y un año cargado de emociones allá a lo lejos. Lejos de todo, cerca de nosotros.

Lo más difícil fue decírselo a Mirula. Teníamos terror de explicarle que el padre que recién acaba de ganar iba a tener que ser compartido en breve. Temblábamos. No fue tan duro decírselo a nadie más. Con el resto de la gente fue un “sí, vamos a tener otro bebé”. Sí, tan pronto, sí, después de tantos años separados, sí, él y yo, sí, después de todo lo que pasó. Pero a nadie tanto miedo como a Mirula.

Ella se lo tomó muy bien y nos relajamos un poquito.

El embarazo de Pini fue tranquilo y fuerte a la vez. Clínicamente estaba todo perfecto. Emocionalmente, no tanto.
La presencia de Pini en nuestras vidas significaba pasar juntos por muchas situaciones que no habíamos pasado. Por un lado, la culpa de no haberlo hecho con Mirulina. Por el otro, la felicidad de que la vida nos estaba poniendo en un lugar parecido donde nos habíamos quedado pero con la posibilidad de hacerlo todo distinto.

No quiero cargar con significados a mis hijas porque sé que es muy duro. Pero Pini tiene ese don de ser reparadora. Estábamos rotos. Los tres, Mirula y yo, D. por su lado, Mirula sola, yo por el mío.
Pini llegó y nos unió. Como pudo. Y sigue teniendo esa cosa reparadora de que si estamos teniendo un día muy de mierda, ella se ríe o nos habla en su idioma y nos cambia.

Pini llegó y le sumó luz a Mirula. La transformó en hermana mayor con todo lo que eso significaba.

Pini llegó y me transformó en Mamá por dos. Me dio la posibilidad de vivir un embarazo distinto. Un parto distinto, más informada, más sabia, más confiada en mí misma y en mi diosa.

Pini llegó y convirtió a D. en Papá de una beba por primera vez. Ella y su hermana lo aflojaron, sacaron lo mejor de él. Su mejor versión. La más sana y linda.

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La llegada

Pini llegó una madrugada de Diciembre en Stony Brook, NY.

El 18 a la noche D. me dijo que se sentía muy mal de un resfrío y que al otro día no iría a trabajar. Yo le dije no vas a ir porque mañana nace Pinu. Sí, como las otras doscientas veces que se lo había dicho. Lo sé, pero esa noche fue distinta.

No quería que naciera ese día porque es el cumple de mi hermanita Lu, así que esa mañana había hablado con la panza y le dije: “Aguantemos pero no tanto. Ya estamos listas, hija.”

Hice un ritual con música y meditación, le canté y repetí un mantra. Lo visualicé y dibujé.

“Yo sé parir”.

Estábamos listas.

En la noche del 18, cuando Mirula y D. se fueron a acostar, yo preparé las cosas que me faltaban poner en el bolsito para el Hospital.

Me acosté como pude y a las 4 am una contracción me despertó.
Fui al baño y me acomodé para seguir durmiendo.
Llegó la hora de que Miri se fuera a la escuela, entonces con D. la preparamos y se fue como cualquier otro día.
Yo llamé al servicio de parteras que tiene Stony Brook, las midwives, y acordamos esperar a que las contracciones fueran más regulares para ir a hacerme ver. El Hospital quedaba a 40 minutos desde casa, así que era lo mejor para no ir y volver.
Las contracciones eran más intensas pero irregulares con el correr de las horas.
Yo me movía, caminaba, hacía algunos ejercicios de suelo pélvico para ayudar a bajar a Pini.
Me bañé y comí como siempre.
D. me preguntó si íbamos a llevar a Mirula a la prueba de Talent Show y dije que sí, que la llevara.

Cuando ellos se fueron, las contracciones empezaron a ser más fuertes pero seguían irregulares. Digo fuertes porque no eran dolorosas o yo no las sentía así. La respiración fue mi aliada número uno en todo el trabajo de parto.
Yo sentía que ya estaba dilatando aunque no había roto bolsa, ni tenía contracciones seguidas ni regulares.
Lllamé nuevamente a las parteras y me dijeron que si yo creía que tenía que ir, que fuera, que me iban a esperar.

Y así fue. D. llegó corriendo después de haber dejado a Mirula con la hermana de mi amiga venezolana y esta amiga y él vinieron por mí.
Salimos todos de la casa concentradísimos en el parto. Tanto, que dejamos la puerta abierta. Sí, en pleno invierno. Así quedó hasta que regresamos.

Una vez en el Hospital, me recibieron dos parteras y me hicieron tacto. Efectivamente ya estaba dilatando y estaba en trabajo de parto.
Me puse un camisón y fuimos a la habitación.
Era hermosa y tenía todo para que la beba sea controlada ahí mismo una vez que naciera.
Me preguntaron qué necesitaba y se presentó la partera que iba acompañarme. Las midwives son un equipo hermoso con el que cuenta ese Hospital. Algún día repararé en ellas en algún texto porque fueron un pilar fundamental para pasar un embarazo hermoso y saludable.

Christina sería mi partera y Lisa, la enfermera. Pedí hielo, agua y una pelota para continuar el trabajo de parto, me dijeron que no era necesario estar controlada todo el tiempo porque todo estaba bien y luego de traerme todo lo que había pedido, se fueron.
Nos quedamos con la Chama y con D. en la habitación y ahí pude bailar en una primera etapa, meditar y respirar más adelante, todo lo que yo quisiera.

El ingreso lo hicimos el 19 a las 7 de la tarde aproximadamente. Pasaban las horas y yo intenté ir al baño pero no podía orinar casi nada. Eso me empezó a doler mucho.
Las contracciones era controlables, pero el dolor de vejiga no.

Seguía pasando el tiempo y no rompía bolsa, pero sí iba avanzando con la dilatación.

Llegué a 8 y nada. Parece que la vejiga llena trababa su cabeza o su cabeza trababa la vejiga pero así no iba a avanzar.
No soporté más ese dolor y me dijeron que podían ponerme epidural.
Como con Mirula no me la habían puesto, no sabía mucho al respecto y siempre fui anti calmantes, así que primero me opuse y después vi que podía ayudar.

Parte del plan respetado de parto es que te den opciones y que una esté abierta a pensar que como todo plan, puede fallar.

Así que me entregué a las manos del chinito anestesiólogo que fue divino y pude descansar un poco. Me pusieron un catéter para orinar. El alivio fue maravilloso. La anestesia me dejaba sentir todo pero las contracciones se espaciaron.

Christina dijo que podía descansar. Y ahí la Chama se durmió.
Fue la única que descansó realmente porque D. y yo estábamos ansiosos como para dormir profundamente.

Luego de unas horas, la partera vino y me hizo tacto. Ya estaba en 10 cm de dilatación así que me dijo que podíamos romper la bolsa para ver si avanzaba y dije que sí.

Al ratito, me vinieron las ganas de pujar y ella volvió a venir al cuarto para acompañarnos y guiarme.

Como en el parto de Mirula había tenido una episiotomía, entre muchas otras intervenciones, Christina dijo que iba a hacer todo lo posible para que no me tuvieran que cortar nuevamente. Y así fue.
Despacito, contracción a contracción ella me fue guiando y Pini comenzó a salir.
El ambiente era tranquilo, la luz tenue, casi inexistente, y ahí estábamos esperando a nuestra segunda pequeña.

Pini decidió salir luego de unos cuantos pujos, tranquila, con una vuelta de cordón que se vio luego en el video pero que en ese momento no, y lloró anunciando su llegada.
Me la pusieron en el pecho y literalmente en ese instante, ella ya demostraría su sobrenombre “tetosauria” porque se prendió enseguida al pecho. Una inmensa sensación de placer.
Esperaron bastante y le pidieron a D. que cortara el cordón.
No la limpiaron, no la alejaron de nosotros. Respetaron nuestro tiempo.
Después de eso sí, la pesaron y controlaron pero en una camilla a nuestro lado.

Y unas horas más tarde nos pasaron a una habitación a los tres.

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Fue un nacimiento hermoso.
La Pinu crazy.
La gringa que ahora vive en Moreno, Buenos Aires.
Pini que hoy da su primera vuelta al sol.
Su carácter fuerte impone su presencia, su dulzura nos enamora cada día.

Gracias por elegirnos.
Gracias por iluminarnos.

Gracias por el fuego.

Feliz primer año, pequeño amor de nuestras vidas.

Fuente: este post proviene de Con Mirula por el mundo, donde puedes consultar el contenido original.
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