A veces escribir al respecto me ha salvado la vida, los días, las horas.
Acumulé un par de blogs (éste incluido), muchos textos que no salieron a la luz y hasta un ya extinto fotolog relacionados a esta Gran Historia de Amor.
Con los años fui aprendiendo que para amar fuerte hay que saber perdonar y ésta, sin dudas, fue (y es, al menos para mí) la parte más dura de todo esto. El perdón y la culpa me atraviesan y aunque a veces quisiera esconderme, me encuentran.
¡Cuánto tuvimos y tenemos que trabajar en torno al perdón!
A veces se nos da por pedirle perdón ante cualquier situación a Mirula y es que con D. arrastramos la culpa de haberle quitado años a su lado. Hice lo mejor que pude, lo que sentí en ese momento. Seguí adelante con un embarazo para el que ninguno de los dos estaba preparado. Yo creía en ese momento que sí y fue inamovible mi decisión de ser mamá, aún estando sin D.
Después me daría cuenta de que la maternidad trae un montón de cosas para las cuales una no está preparada pero hace lo mejor que puede para salir lo mejor parada posible pero ese es otro capítulo.
D. tuvo sus razones que me las dio a mí y algún día se las pedirá (o no) Mirula. Eso queda entre nosotros.
Pero haber negado una paternidad trajo consecuencias de ambos lados. De mi lado, que es el que estoy preparada para contar (ya que justamente es mi lado) trajo aparejado lo duro que es criar sola y hoy me parece injusto pero no para mí, sino para Mirula. Podría haber pasado todo este tiempo teniendo un papá que, aunque no quisiera estar conmigo, hubiera estado comprometido a estar con ella.
El dolor me encegueció en ese momento e hice lo que pude con los pedazos que quedaban de la Mariflor que había conocido. Hoy me critico por ello y me es duro justamente porque me cuesta perdonarme.
Y es algo que tengo que hacer.
El reencuentro
El reencuentro no fue fácil.
Al principio pareció mágico.
Después del pedido ya insistente de Mirula acerca de si ella tenía un papá o no y dónde estaba, decidí una mañana pedir el número de teléfono de D. y comencé a redactar un mensaje con una de las fotos más hermosas que tengo de Mirula.
Cuando llegué al trabajo, le dije a mi amiga venezolana que le iba a escribir y ella estaba más nerviosa que yo.
1,2,3… mensaje enviado y al rato, whatsapp y sus dos rayitas nos indicaban que el mensaje había llegado y había sido leído.
La respuesta llegó a las horas. Un llamado de un número que mi psiquis se había empecinado en olvidar y ese día mi celular lo traía a conciencia. Yo, allá, perdida en Hampton Bays y la pantalla de mi teléfono con un “Ciudad Autónoma de Buenos Aires” que me hizo salir afuera de mi lugar de trabajo para contestar.
La voz que siempre había esperado, la voz de siempre. Todo se desvaneció. Había imaginado por años ese reencuentro. En algunos escenarios lo insultaba y le pegaba, en otros lo abrazaba y me dedicaba a llorar, a veces me quedaba helada, sin poder decir una palabra… Pero salieron y era como si nada hubiera pasado.
Hablamos durante un rato largo y luego volvimos a hablar, esta vez por Skype a la noche. Le mostré a Mirulina dormida y eso fue un hito en nuestras vidas.
A los pocos días, hablé con Mirula y le pregunté si quería conocerlo y dijo que sí. Jamás olvidaré su vocecita… ¡tan pequeña y tan enorme!
Me dijo que quería verlo por Skype así que coordinamos videollamada y ahí estaban.
Ellos dos.
Hubo un “Hola, Papá” que nos dejó paralizados, con piel de gallina y lágrimas en los ojos.
Cuando él me preguntó que debía decir, yo le dije “seguila”. Siempre acostumbrada a la enormidad de Mirula.
De ahí en adelante todo fue sacar una visa rápido y unos pasajes que marcaban fecha para el 30 de diciembre de 2016.
Después de casi 6 años, el destino nos volvería a cruzar. No quiso que nos cruzáramos antes, vaya a saber por qué motivo.
Haber transitado las mismas calles, los mismos lugares no fue suficiente.
Parece que teníamos que golpearnos y aprender. Vivir y aprender.
El día del arribo yo escuché el tren que venía de la ciudad desde mi trabajo y salí a buscar a D. Y él se había bajado ya y fue a buscarme a mi trabajo. Nos cruzamos sin vernos, como nos había estado pasando durante esos 5 años y tantos meses.
Después de dar una vuelta, sólo hubo una mirada, un beso y un abrazo eterno, cargado, con broncas, con otras historias, con malas decisiones y algunas buenas.
El abrazo necesario y cansado.
El abrazo olvidado.
El abrazo que consolidó el reencuentro.
El abrazo que fue más fuerte que el beso.
De ahí nos fuimos a comprarle un par de cosas a Mirula y luego a la casa donde vivíamos con Sandra y Cami, las dos venezolanas más lindas del mundo entero.
Ahí se vino lo difícil, las preguntas, el dolor y la culpa. El pedir perdón de ambos lados. El llanto acumulado que descomprimía años en el pecho.
Lo que pasó después fue un encuentro esperado entre Mirula y su papá.
Por primera vez mirarse en un espejo. Para ambos.
No quiero describir cómo fue. Sólo diré que agradezco al Universo por haber podido presenciar ese instante.
No guardamos fotos, ni videos. Sólo el momento, mágico, esperado. Efímero y a la vez, eterno.
Aún hoy nos quedan por dar muchas explicaciones, por qué no hicimos, por qué hicimos lo que hicimos.
Hicimos lo que éramos capaces de hacer en ese momento. Hoy hubiésemos hecho las cosas de otra manera, pero en aquel entonces, no.
Me cuesta perdonarme. Y es por eso que a veces arrastro dolores y rencores que cargo en otros, hay gente que no puedo procesar que no lo haya hecho reaccionar a D., o que sabía que Mirula existía y no hicieron nada, o que él haya vivido con otros situaciones que no pasó con nosotras, o que tantas cosas…
Estamos avanzando y construyendo.
Si aún no puedo poner en palabras la historia es porque la estamos viviendo.
Hoy estamos transitando un momento en donde si la herida duele, nos abrazamos y cuidamos.
Tuvimos que derribar todo lo que estaba construido y empezar a armar los cimientos de nuevo. En dos países, a la velocidad de la luz.
El amor también es perdón.
Trabajaremos duro para que Mirula lo sepa.
Trabajamos duro para saberlo.
Hasta la próxima.