No somos padres perfectos

No somos padres perfectos. Yo el primero.

Por mucho que prediquemos que practicamos la crianza con apego, hacemos BLW, practicamos colecho e intentamos razonarlo todo con nuestros hijos hasta la saciedad, llega un momento en el que no lo cumplimos…


A veces no damos una...

De vez en cuando aparece un pequeño ogro que hace que todos nuestros principios se desmoronen por momentos. Ese ogro, animado por los demonios del cansancio, del nerviosismo o de tener un mal día hace que seamos antagonistas de lo que predicamos.

Perdemos los nervios cuando el pequeño tiene un mal día y está todo el día llorando, sin saber qué leches le pasa; nos cabreamos y amenazamos hasta la saciedad porque no hay forma de que la niña se coma la verdura, aunque se la hagamos de mil formas diferentes; nos enfadamos porque estamos muy cansados y necesitamos que el más pequeño duerma, al menos una noche, en su cama… o que no se despierte; nos ponemos histéricos cuando los niños, ejerciendo su papel, se ponen a correr por un supermercado y tenemos que acabar a gritos o corriendo entre los pasillos…

Pero… un momento! No va a ser culpa todo de los peques, pobres. En más de una ocasión (y de dos y de tres) somos nosotros los que no tenemos la capacidad suficiente para gestionar una situación concreta y nos olvidamos de que algunos de los principios en los que basamos la educación y crianza de nuestros hijos en teoría son inquebrantables… y los quebramos. Se nos olvida ser pacientes, se nos olvida empatizar, se nos olvida que si a nosotros no nos gusta un alimento no nos lo comemos. Se nos olvida que los niños juegan en cualquier lugar y a cualquier hora… Todo se olvida.


Tenemos la oportunidad de corregir errores

Estas cosas muchas veces no las contamos ¿No interesa que se sepa? ¿Nos avergonzamos de no ser perfectos? ¿Lo hacemos mal porque decimos una cosa y acabamos haciendo otra?

No pasa nada! Somos padres, sí, pero por encima de todo somos humanos y como tales, erramos. Aprovechemos esos errores para mejorar e intentar no volver a cometer esos mismos errores… qué aburrido sería todo si nuestra paternidad (y la vida en general) fuera tan perfecta como la vamos vendiendo.

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