Cuando a punto estaba de tener que reincorporarme al trabajo tras una larga excedencia para cuidar a mis pequeños, ya os expliqué la ansiedad anticipatoria que sufría y no podía evitar. Es uno de mis (muchos) defectos. Agobiarme antes de que algo suceda. Y, a pesar de que cuando empiezo a hiperventilarme recuerdo una sabia frase de una antigua compañera de trabajo (si hoy no puedes hacer nada, ya te preocuparás cuando te encuentres con el problema) no hay manera de alejar de mí el mal rollo.
Vamos que, mira que me gusta Escarlata O"Hara y su gran frase "ya me preocuparé de eso mañana" pero yo hay veces que no puedo.
Total, que mi pequeño gran hombre, que ya debe tener las neuronas creciditas, empieza a agobiarse por el paso del tiempo. Al principio eran cosas como que siempre querría estar conmigo, que él no se iría nunca de casa, que qué pasa cuando eres mayor (¿te mueres, verdad? - A los 80 para ser exactos, esa el la fecha que él ha marcado). Estos últimos días, será que habrá oído en algún sitio todo el temazo este de la crisis y la vivienda, pero la cuestión es que no para de preguntarme cómo es que tenemos el piso que tenemos. ¿Visteis que no había nadie y dijisteis "para mí"? (Ahora resulta que según mi hijo somos ocupas. Como lo vaya diciendo por ahí...) ¿Como tenías tanto dinero para pagar este piso? (Yo no hijo, el banco) ¿Los enchufes ya estaban puestos? ¿Y la bañera? Y una larga lista de un extenso cuestionario.
Lo que me da penita, al margen del desquicie que provoca tanta pregunta de difícil respuesta para un niño de seis años, es ver que el muchacho va por el camino de haber heredado mi ansiedad anticipatoria. Habrá qué ve qué hacemos.