Así, mis cuñadísimos, también primerizos ellos, han tenido a bien traernos a este mundo a esta adorable criatura: la llamaremos… Í. (Ya te buscaré un nombre más molonguis para escribirte por estos barrios, cariño… cuando nos vayamos conociendo un poquito mejor).
Apenas me ha dado tiempo, entre dímes y diretes, para cogerte en brazos y verte más que veinte minutos escasos en esta casi primera semana… Pero ya he visto suficiente para saber que vas a ser la nena más linda del mundo.
Que si sales en desparpajo, alegría y echápalante como tu padre… y sales con la firmeza, el buen gusto y el detalle de tu madre… (y el piquito de oro de ambos… ¡para qué negarlo!), ¡me da a mí que vamos a tener por aquí historias tuyas y de la Lechona de tu prima mayor, para rato!
Uno nunca sabe qué le deparará el futuro… pero está claro que, de momento, y mientras vivamos a siete tiros de piedra unos y otros, a ambas primas os esperan muuuuuuuchas horas de arrejuntaros, de compartir cosas, de aprender y de experimentar. Y por qué no… de algún tirón de coletas que otro, fijo.
Pero que vais a ir creciendo juntas, eso seguro. La una, teniendo un modelo en la otra. La otra, tratando de trasladar a la una todo lo que esta va aprendiendo.
Las cosas van saliendo como van saliendo… y se nos van ocurriendo como se nos van ocurriendo. Con el resto de mis sobrinos habré hecho algunas cosas… otras están en proyectos… y desde luego, las cosas van como van, y vienen como vienen… o cuando vienen. Y contigo, mi querida niña, tengo la oportunidad ahora, con este blog, de hacer algo… Hacerte un pequeño regalo simbólico, que no le he hecho a nadie más (ni a mi querida nena, por supuesto).
Mi primer regalo para ti, es dejarte aquí, para la posteridad, un pequeño detalle. Aquí tienes una foto de un atardecer.
Es la hermosa puesta de sol del primer día completo que pasaste entre nosotros, en este mundo, en los brazos de tu padre y de tu madre.
Así, dentro de muchos años, podrás saber que el cielo lucía así de precioso durante las primeras horas de tu vida. Y bien digo, día completo… Por lo que mencionaba antes: el atardecer del día concreto que naciste, el del 11, no llegué a capturarlo bien. Cosas que pasan.
Pero te lo describo también para el recuerdo, si quieres, mi niña… Porque fue uno de esos atardeceres que merece la pena recordar: muchas más nubes… esponjosas… vibrantes… Naranjas, rojos intensos, morados, violetas… Como si de uno de esos rompimientos de gloria de los cuadros barrocos se tratase, con los rayos de luz atravesando y bañando el horizonte.
Algo verdaderamente espectacular. Algo como solamente los que viven las puestas de sol otoñales y alzan la cabeza al cielo del atardecer de Madrid, conocen y disfrutan. Algo como solamente muy pocos días al año se ve. Tienes que estar AHÍ para verlo y apreciarlo.
Ese fue el atardecer del día que naciste. Un atardecer maravilloso. Te lo dice tu tío, que sí estuvo ahí para verlo, créeme.
Igual es una tontería… una chorrada de idea. Puede ser. No sé que les parecerá al resto de gente que lea esto, mi niña… Pero a mí, al menos, que vivo la mitad del día con la cabeza en las nubes, me hubiera encantado que alguien hubiera capturado y me hubiera regalado el atardecer (tampoco diría que no a un bonito amanecer…) del día en que nací.
¡¡Grandes aventuras os esperan, a tu prima y a ti!!
Te quiero, pequeña. Y déjame darte así la bienvenida a este, tu nuevo mundo. Hoy, un mundo un poco más hermoso. Hermoso, como un atardecer de otoño en Madrid.