Esta quizá es una de las entradas que voy a hacer en el blog en la que más me voy a exponer porque voy a contar cosas de mi casa, de mi vida y de mis hijos. No busco crear polémicas ni que nadie pueda sentirse ofendido. Cada padre o madre, como siempre, hace lo que cree que es mejor para sus hijos, independientemente de lo que opinen o crean los demás.
La frase que da título a esta entrada, “no lo metas en tu cama que se acostumbra”, ha sido una frase que he escuchado en muchas ocasiones desde el momento en el que me quedé embarazada de Álvaro. He tenido ejemplos de familias que han dormido con sus hijos y que me aconsejaban no hacerlo por el tema de sacarlos después de allí. También he tenido consejos de familias que sin practicar el colecho (término referido al hábito de dormir en la misma cama que los niños) me recomendaban no hacerlo siguiendo su ejemplo de crianza. Y luego ha estado nuestra historia personal y como hemos querido o podido llevarla.
Sinceramente nunca pensé en el colecho. Parecerá mentira pero no tenía pensado dormir con mis hijos en la habitación familiar. En principio era nuestra habitación (no de matrimonio porque no estábamos casados =D) pero sí nuestro dormitorio. Pusimos una cuna con su barrotes y Álvaro, cuando nació, dormía en la cuna para incomodidad mía ya que, cada vez que se despertaba y le tenía que dar el pecho, tenía que ponerme de pie, cogerlo y sentarme en la cama para que mamara. Luego debía volver a dejarlo en la cuna y volver a coger el sueño. No siempre es fácil porque cuando te desvelas, una toma se junta con la siguiente y tus ojeras de mapache hacen que todos sepan que la maternidad es un camino de rosas con espinas.
Una noche me desperté asustada: no sabía dónde había puesto a Álvaro, no recordaba haberlo dejado y me tiré al suelo para ver si se habría caído y yo, con el cansancio acumulado, no me habría enterado… Nada más lejos de la realidad. Mi hijo estaba en su cuna pero el miedo a lo que podría pasar ya me había inundado la mente así que mi marido me dio la solución: quitaríamos la barra lateral y juntaríamos la cuna y la cama. De esa forma, cuando se despertara, solo tendría que acercarlo, darle de mamar y devolverlo a su cuna. Esto evitaba que tuviera que levantarme y me permitía estar tumbada… Así descansaría más.
Cuando contaba mi nuevo giro maternal en esto de la lactancia nocturna y el descanso materno, tuve que escuchar de todo: que nunca lo sacaría de la cama, que se iba a acostumbrar, que eso no estaba bien, que dónde quedaba mi marido, que cuando iba a tener relaciones… En fin, que la gente, en muchas ocasiones, se mete dónde no la llaman, y, a veces, se intentaban meter hasta en mi cama (colechadores =D).
Imagino que como cuando Álvaro tenía poco más de un año anunciamos nuevo embarazo la gente dejó de plantearse el tema de las relaciones sexuales y el colecho. Si me analizaban un poco todos podrían comprobar que había roto varios mitos en un periquete en mi nueva y recién estrenada maternidad: me había quedado embarazada dando el pecho y, además, colechando con nuestro hijo. ¡Cosas que pasan!
Y luego vino la siguiente parte del colecho: ¿qué íbamos a hacer con Álvaro cuando naciera Diego? Y siempre pensaba lo mismo: nada. Dormiría con nosotros hasta que él quisiera; lo que no iba a hacer era que, justo cuando nacía su hermano, mandarlo a su cama. ¡No me extraña que salgan celos! Si nace un niño y al mayor lo destierran a otra habitación sin sus padres…
Así que durante un año hemos dormido los cuatro en una habitación. ¿Cómo? Pues teniendo una cuna, la cama matrimonial de 1,35 m y otra cuna al otro lado. Cada niño a un lado de cada uno de los progenitores y, en la mayoría de las noches, terminando con ellos con la cama y nosotros metidos, un poco torcidos, en las cunas.
No os puedo decir que el descanso sea mejor o peor que teniendo a los niños en otra habitación porque no hemos tenido esa sensación hasta hace relativamente poco. Sé que yo como madre necesitaba tener controlados a mis hijos y saber que estaban descansando, que tenían sed, hambre o tos. Sé que teniéndolos a nuestro lado he podido comprobarlo cada noche y me ha encantado echarme en la cama y escuchar sus respiraciones y suspiros. Sé que es una etapa y que, como todo, se acaba.
Y con Álvaro se ha acabado. Hace un par de semanas decidió marcharse a su habitación. No, no pasó nada. Nadie le dijo que se marchara ni que sobraba. Nadie le dijo nada y, de hecho, a nosotros nos ha costado alguna noche acostumbrarnos a que ya no está allí. Porque él está preparado y no nos ha necesitado. Cuando tiene sed se levanta, coge su botella, bebe tranquilamente y vuelve a dormirse. No nos llama. Estaba maduro, llegó su momento y lo respetamos.
Bueno, el primer día no porque nos dijo que iba a dormir en el sofá y mi marido fue a buscarlo a las dos y media para que no se hiciera daño en la espalda. A la noche siguiente nos dijo que iba a dormir en su cama y, lo acompañamos hasta ella, le preparamos su botella de agua y le dijimos que si quería venirse a la habitación nuestra, no tenía ni que decirlo: que se metiera directamente que esa también era su cama. Pero no lo hizo. No se despertó en toda la noche y no nos llamó.
La madurez es así: llega y se queda.
No ha vuelto a nuestra cama ninguna noche salvo una que tenía mocos y se estaba ahogando. Cuando tiene sueño nos lo dice y se retira a su habitación, se mete en la cama, coge su manta y cierra los ojos. Se levanta contento y descansado así que no podemos pedir más. No tiene miedo a la oscuridad y controla la casa tanto que le da igual ver más o menos.
Han sido casi tres años teniéndolo en nuestra habitación. Disfrutando de siestas juntos, de noches juntos. También hemos tenido algún manotazo y patadas en los cambios de posición (no todo es idílico). Otra etapa que ha quemado nuestro pequeño mayor.
Por eso os animo a disfrutar cada momento con ellos. Sabía que cuando tuviera quince años no querría dormir con nosotros, pero es que aún no tiene tres y ya no quiere dormir con nosotros (bueno, alguna siesta abrazados nos hemos echado), y por mucho que quiera no podría volver a meterlo en nuestra cama familiar. Así que agradezco este tiempo a su lado cada noche. Ha sido el tiempo que él ha decidido y, respetando su madurez, volvería a hacerlo. Ahora me queda Diego pero imagino que, más antes que después, se querrá ir con su hermano para disfrutar de otra etapa: contar aventuras y secretos entre hermanos, juegos y susurros en la noche…Pero esa será otra película. La profecía de que se acostumbraría a dormir con nosotros y no podríamos sacarlo, nunca se cumplió. Doy fe.
¡Feliz día!