Una vez que has interiorizado que quieres que el cumpleaños de tu hijo tiene que ser lo más parecido a los supercumpleaños de los hijos de las celebrities, viene la hostia de realidad. Ni de coña iba a conseguir algo ni remotamente parecido a los tablones de pinterest. Con un buen presupuesto seguro que sí, pero con mis escasos fondos había que tirar a patadas ese castillo en el aire que había construido.
¿Y entonces qué hago? Eché la vista atrás y me puse a pensar en mis cumpleaños, en los que había asistido de niña y no tan niña y recordé que lo que más quería yo el día de mi cumpleaños era muchos amigos para jugar y mucha familia para compartir ese día. Y no necesitaba más, bueno sí, soplar mi vela. Pero con eso yo era feliz, como lo sería cualquier niño.
Así que dicho y hecho. Hicimos unas invitaciones muy sencillas en el ordenador y las plastificamos para que tuvieran consistencia, e invitamos a todos los compañeros de clase y a alguna amiguita más de fuera y, por supuesto, a la poca familia que tenemos en la ciudad donde vivimos.
Como somos socios de un club donde hay mucha zona verde, espacios amplios y varios bares, decidimos hacerlo allí. Más que nada, que uno de los bares que se habilitan para el verano en los meses de invierno está cerrado y queda un espacio diáfano ideal donde poder celebrar un cumple y que los niños corran y jueguen sin ningún peligro.
El almuerzo fue algo de lo más sencillo: unos sandwiches, unos saladitos, bocaditos de salchichas, patatas fritas y poca cosa más. Con lo que me apetecía currármelo era con el candy bar, o traducido al cristiano, la mesa de chuches. Así que días antes compré un arsenal de chuches y gominolas y preparé brochetas y bolsas para regalar a todos los niños que vinieran. Y también unos gusanos con donuts, que me hacía ilusión hacerlos desde que los vi en internet.
Como relleno puse un par de piñatas con más chuches, como está mandado, y con pitos, trompetillas y algunos juguetes pequeños. Por supuesto que con lo que se volvieron todos locos fue con los pitos y trompetillas, vamos... Menuda escandalera se montó en cero coma.
Lo que no me esperaba para nada fue la cantidad de regalos que tuvo, y en especial un regalo que le hicieron los compis de clase (bueno... sus mamás): un barco pirata de Playmobil. Casi me muero allí mismo porque me parecía una auténtica pasada. Y encima le dieron el regalo los peques y lo desenvolvieron todos juntos entre gritos y risas. Fue tan emocionante que tuve que aguantar el tipo para que no se me cayera la lagrimilla. Lo tengo en vídeo y cada vez que lo veo me emociono.
La única pega del cumple fue que había llovido y estaba todo encharcado para que los peques salieran fuera, pero bueno, llevamos las 4 motillos y la bici de Adri y pudieron correr a sus anchas dentro del local.
Mi impresión es que los peques pasaron un buen rato y se divirtieron mucho. Desde luego, lo preparé con todo el cariño del mundo pensando no solo en mi hijo, sino en que padres y niños estuvieran lo más a gusto posible, Espero que sí.
¿Vosotros cómo celebráis los cumples?