En mi caso ha sido por la primera de ellas. Desde pequeña una frase taladraba mi cabeza continuamente: “Torpona, torpona, torpona”. Esta frase ha sido lapidaria durante toda mi vida y me temo que me acompañará hasta el resto de mis días.
Si al menos lo hubiese hecho como una gran estrella de Hollywood habría quedado incluso gracioso, pero es que no tengo glamour ni para caer de bruces al suelo.
Ya no me quedan dedos ni en pies ni en manos para contar las veces en las que me he caído en público. En cada una de ellas he intentado sacar un recurso diferente para huir de la escena cual reptil silencioso aunque muchas veces no me haya dado resultado.
En esta última ocasión he salido por “la puerta grande” como los toreros.
Ayer tuve una reunión en el colegio de mis hijos. Como cada trimestre el profesor convoca una reunión con todos los padres para hablar de las tareas que se van a llevar a cabo con los niños durante estos tres meses.
Es uno de los momentos en los que puedes hacer una radiografía de los progenitores y ver que muchos de ellos son un fiel reflejo de sus retoños (esto también es objeto de estudio pero lo dejaremos para otro día).
La reunión comenzó con buenas expectativas de acabar pronto: el profesor explicaba los puntos importantes sin irse por las ramas, los padres sin hacer preguntas estúpidas y repetitivas ni preguntando por sus hijos y la información clara.
En media hora estoy en casa pensé como una ilusa-.
Cuando la reunión entraba en el minuto cuarenta y cinco aparece rezagada una madre que no ha podido llegar antes a la misma y comienza a preguntar cosas que ya habían quedado zanjadas minutos antes. Que si cual es el método de estudio que seguís, que si los niños no llegan a casa con deberes, las notas, por qué mi hijo viene con la ropa todos los días llena de arena….
En fin, una nube de preguntas absurdas que hizo retrasar la reunión más de una hora.
La cara de algunos padres era un poema.
Las manecillas del reloj avanzaban apresuradamente y la reunión no acababa.
Casi era media tarde y seguíamos plantificados en el aula esperando a que la buena mujer dejase de preguntar cosas. Yo tenía que ir a recoger al niño pequeño a la guardería así que como vi que eso no tenía fin decidí levantarme y salir discretamente de la clase.
Este fue mi error. Por intentar no llamar la atención al final hice mi “Salida a lo grande“. Sin querer y haciendo acopio de mi nulo glamour tropecé con la tarima del profesor y caí al suelo . Mis dos rodillas se hincaron en el suelo frente al profesor (creo que en mi caída me llevé por medio una caja de tizas que había en una de las mesas) que miraba con cara de pánico la escena.
Me levanté como pude con ayuda de varios padres que se acercaron apresuradamente a levantarme. Ni siquiera miré quien era.
En ese momento me vino a la cabeza la frase “Tierra trágame”. Agaché la cabeza como un avestruz y salí como pude de clase. No mires atrás, no mires atrás…..
Tardaré en olvidar este oscuro episodio en mi vida sobre todo porque ya seré apodada como “la mamá que se cayó en medio de la clase”.
En fin, mañana será otro día.