Estamos conectados y, a veces, es difícil discernir la frontera entre la vida real y la virtual. Es como si el ambiente digital fuese una extensión de la vida cotidiana.
Gracias a las nuevas tecnologías, la frecuencia de la comunicación ha aumentado, es posible conversar con alguien que vive a miles de kilómetros de distancia, e incluso compartir imágenes y vídeos sobre lo que hacemos en ese mismo instante.
Sin embargo, se debe evitar caer en una doble vida desequilibrada hacia los medios digitales. La experiencia nos dice que las relaciones personales se forjan en la convivencia del mundo real. Eso no quiere decir que debamos desaprovechar la ventajas que nos ofrece la comunicación digital.
Eso sí, hay que adoptar un estilo comunicativo adecuado al medio. El tono de voz, la expresión del rostro, no los posemos plasmar en la comunicación online. Por ello, una broma en la vida real puede resultar molesta o fuera de lugar en la vida virtual; un mensaje escrito deprisa y corriendo puede generar confusión, resultar ambiguo e incluso provocar hacer perder el tiempo a los demás.
Uno es responsable de lo que publica y así queda grabado en nuestro rastro digital. Hay que pensar antes de hacer clic y publicar. No se puede actuar de forma distinta en el mundo virtual que en el mundo real.
Si no llevamos cierto cuidado con los dispositivos y traspasamos la frontera con frecuencia nos podemos convertir en una persona virtual.