Hace ya un año o algo más, cuando mi hijo mayor tendría alrededor de los 6 años, tuve una experiencia con él de las que acabaron bien. Bueno, en realidad a mi no me ocurrió nada con él pero tuve la lucidez de actuar del modo en que mejor le podía ayudar en ese momento (al menos eso fue lo que ocurrió, que lo que hice le ayudó a sentirse mejor). Yo meto la pata con mis hijos millones de veces, ya he contado aquí en el blog muchas de mis ocasiones, pero hoy quiero contarte un “caso de éxito” por si puede servirte de idea para cuando te encuentres en una situación parecida. Comienzo a explicarte ya lo que sucedió.
Estábamos en casa después de comer y “el padre” propuso a los niños ir a ver un partido de fútbol. Yo iba a quedarme en casa aprovechando la ocasión…. El caso es que los niños, ambos, estaban dudosos. Allí dónde va uno va el otro así que cuando uno decía que no iba el otro decía que tampoco y cuando el otro decía que mejor sí iba el otro también decidía que sí iba a ir.El caso es que así estuvieron “que si que no” durante unos cuantos minutos y cuando llegó la hora en que su padre dijo yo me voy y quién quiera venir que venga, el pequeño dijo que sí y salió por la puerta disparado el mayor dijo que no pero con dudas.
Enseguida se arrepintió y comenzó a decir que quería ir pero ya era demasiado tarde y su padre y su hermano ya habían salido. Así que comenzó a llorar desesperado.
Así que, yo que aquel día estaba muy descansada y me había cuidado mucho logré actuar con serenidad e incluso logré acceder a mi memoria y utilizar un recurso que había leído en uno de los libros que siempre estoy estudiando. Y esto es lo que hice…
Primero le toqué y le acaricie y le dije:
-“Veo que te ahora sí que quieres ir con el papá y el teté y que estás muy triste porque ya no puedes“.
Y el dijo
-“Síiiii….“(llorando y gritando).
Esperé unos segundos mientras seguía tocándole la espalda.
Luego le dije:
-“Es un fastidio cuando pasa eso. Cuando yo era pequeña me ocurría un montón de veces“.
Después no dije nada más durante unos minutos y simplemente estuve a su lado acariciándole a modo de consuelo. El llanto iba disminuyendo poco a poco. Entonces comenzó a hablar y a decir que él quería ir, que no lo había pensado bien….ahora estaba enfadado pero ya no estaba tan desconsolado y como me estaba hablando yo tenía su atención….así que aproveché ese preciso momento y le dije:
-“¿Te has fijado que tenemos 20 dedos?” Me miro raro pero yo seguí a lo mío….
-“Si mira….”1, 2, 3, 4…..” y cuando se terminaron los dedos de mis manos me quite los calcetines y continué contándome los dedos de los pies. Para entonces él ya había dejado de llorar del todo y estaba concentrado en mis dedos. Y entonces le dije….
-“¿A ver? ¿Tú cuantos tienes?” Y secándose los ojos se contó sus dedos y para cuando llegó al último dedo del pie ¡ya estaba riéndose!
Enseguida pudimos comenzar a jugar y a aprovechar de habernos quedado solos los dos y poder pasar un rato especial juntos y los dos solos.
Sentir emociones no es malo y es necesario que permitamos a los niños que las sientan, que las expresen y que luego, las dejen pasar. Hablamos mucho sobre las emociones en el artículo “¿Tus niños vivien en una montaña rusa de emociones?” que puedes leer aquí. Lo mejor que podemos hacer cuando los niños están así de afectados es ofrecerles nuestro hombro para llorar; para ellos la experiencia está siendo muy dura aunque para nosotros sea una tontería. Los sermones, los te lo dije, los “deberías haberte decidido antes”, o los “no llores cariño verás qué bien nos lo vamos a pasar tu y yo”, o “buá, si el fútbol es un aburrimiento y ni siquiera te gusta no es para que te pongas así”…todo eso sobra. El niño está aprendiendo por si mismo de lo sucedido y seguro sacará sus propias conclusiones para que la próxima vez no vuelva a ocurrirle.
Contarle que a nosotros nos ocurrió algo parecido cuando éramos pequeños puede resultarle reconfortante y puede estimularle a hablar.
Entonces (y aquí entra en juego el recurso que te contaba que había aprendido en los libros) si logramos que el niño hable o haga operaciones matemáticas estamos ayudando a su cerebro a recuperar la calma y a centrarse de nuevo. Digamos que antes estaba dominado por la emoción y que toda su capacidad de razonamiento estaba anulada. Al lograr “activar” esa parte del cerebro todo comenzó a volver a la calma.
Lo primero que hizo fue comenzar a hablar, pero me dí cuenta que eso no le iba a resultar de ayuda porque a veces, seguir dando bombo a un tema lo que hace es que nuestro enfado se perpetúe, y lo que él había comenzado a decir eran frases que sólo iban a conducirle al enfado y seguramente a pasar la tarde crispado y enfadándose por todo. Por eso enseguida se me ocurrió hacerle contar, pero tenía que inventarme algo divertido porque no podía simplemente decirle “cuenta hasta veinte”. No sé me ocurrió otra cosa más divertida que quitarme los calcetines….¡pero funcionó!
Como última reflexión me gustaría recordarte que no se trata de conseguir que los niños dejen de llorar, dejen de estar enfadados…se trata de ayudarles a gestionar sus emociones y a no quedarse enganchados en ellas después, de ofrecerles herramientas para superar esa situación y seguir hacia adelante, y teniendo siempre en cuenta que la primera herramienta y la más necesaria es permitir que sientas sus emociones. Cada vez que ellos vivan un episodio como este es un entrenamiento para su vida adulta, si aprenden ahora a gestionar sus emociones de un modo sano en lugar de intentar esconderlas o erradicarlas, se convertirán en adultos con equilibrio emocional. Y por supuesto, ya sabes que tu ejemplo será muy importante.
¡Espero que este artículo te haya resultado muy útil!
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¡Un abrazo fuerte!
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