Las emociones no son ni buenas ni malas, son neutras. Algunas nos provocan sensaciones agradables y otras desagradables. Con algunas nos sentimos muy mal y con otras en cambio, nos sentimos como en el cielo, pero la emoción en si es neutra. Las clasificamos en buenas y malas porque comprendemos el mundo utilizando opuestos lo que nos lleva a las comparaciones.
Las emociones pueden ser muy buenas aliadas, tienen mucho que decirnos, pero cuando no sabemos gestionarlas pueden acumularse en nuestro interior y es entonces cuando las sentimos como un lastre pesado.
Las emociones vienen de serie en el ser humano. Son necesarias para la supervivencia, como buenos animales que somos. Si viviéramos en la selva, el miedo nos avisaría de que hay algún peligro cerca y que debemos prepararnos para huir o atacar. Nuestro cerebro se desconectaría (de eso se encarga la amígdala) y se centraría únicamente en la situación de peligro. A nuestro alrededor no veríamos ni escucharíamos nada más, tan solo el peligro, con el objetivo de estar preparados para salir corriendo o atacar.
Como ya no vivimos en la selva, entre leones y rodeados de peligros, parece que las emociones han perdido utilidad y que solo nos sirven para molestar. Bien, pues no es así. Las emociones nos siguen siendo muy útiles en algunas situaciones, tan sólo necesitamos aprender a distinguir esas situaciones. Por ejemplo: Cuando estas parada en un paso de cebra con tu hijo, y de repente éste se decide a cruzar y salir corriendo, y tu le agarras del brazo no sabes ni cómo y lo echas hacia atrás. No sabes ni cómo pero has reaccionado rapidísimo. Ha sido tu amígdala cerebral que ha anulado el resto de sentidos y ha mandado la orden de actuar rápidamente. Si hubieses observado tu cuerpo, habrías notados la tensión, tus músculos fuertes para agarrar al niño y la atención la tendrías concentrada en los coches que circulaban por la calle y que el niño no cruzara.
Una vez pasado el susto te quedas como si te hubieran dado una paliza y con el estómago revuelto ¿Es así? Has gastado muchísima energía en 5 segundos y has pasado un miedo tremendo, solo que lo notas después porque lo más importante era salvar a tu hijo.
A veces este patrón de “alarma” se nos activa por interpretar que estamos ante un peligro, un peligro que no es real y que no puede hacernos ningún daño pero nuestra mente ha interpretado que es una auténtica amenaza (por ejemplo en un atasco de tráfico). De este modo nos pasamos la vida desencadenando reacciones para la superviviencia (como todo lo que ocurre cuando queremos salvar a nuestro hijo de un peligro real, los coches) por cosas que realmente no nos van a hacer ningún daño. Esto es lo que ocurre con el estrés. Entramos en tensión muchas más veces, acelerando nuestro pulso, utilizando un montón de energía ante un presunto peligro y quedándonos así, agotados. Las emociones actúan en este caso pero no hubiese sido necesario.
Cuando entramos en este circulo y nos descubrimos “ahogados” por nuestras emociones primero tenemos que parar, tomar conciencia y descubrir de qué emoción se trata. ¿Ira, miedo, tristeza…? A veces esta emoción estará escondida detrás de otras emociones secundarias, como la frustración, la apatía, la indecisión…. Cuando tomamos conciencia de nosotros mismos y ponemos atención a nuestro cuerpo y a lo que sentimos podemos descubrir la emoción que hay al final del todo. Y entonces, podremos comenzar a aceptar la emoción y abrazarla, para poder expresarla y dejarla ir. Sólo cuando no intentes deshacerte de la emoción, ésta se disolverá.
Por otro lado, las emociones pueden resultarnos muy útiles en nuestra vida diaria: pueden darnos pistas de lo que nos ocurre, decirnos si estamos a gusto con una persona, ayudarnos a descubrir creencias o miedos que nos frenan, situaciones que no estamos enfrentando, decirnos si estamos en el camino que deseamos estar, si necesitamos crecer interiormente, si estamos teniendo en cuenta nuestras necesidades y estableciendo los límites adecuados para nosotros…..
El enfado nos avisa de que no estamos siendo respetuosos con nosotros mismos y que necesitamos poner límites, nos empuja a expresar nuestro desacuerdo, a defender injusticias….El enfado nos invita a expresar lo que sentimos…En nuestras manos está el modo en qué expresemos ese enfado. Si investigamos en él descubriremos que en el fondo de ese enfado existe un enfado mayor, una falta de respeto hacia tus necesidades, y una falta de respeto que tu mismo tienes hacia a ti, puesto que el máximo responsable de cuidarte, comer bien, respetar tus horas de descanso, decir que no cuando no quieres hacer algo o expresar tus desacuerdos…..eres tu.
El miedo nos avisa de que vamos a enfrentarnos a una situación difícil y nos invita a prepararnos, a tener cuidado, como por ejemplo cuando estamos caminando al lado de un precipicio, o el miedo a emprender un proyecto nuevo. En ambos casos el miedo nos invita a que vayamos sin prisas, observemos, tengamos en cuenta todo lo que necesitamos para avanzar, pongamos conciencia y atención, a que nos preparemos…..Pero no es un indicador de que debemos parar.
La tristeza nos advierte de una pérdida significativa para nosotros y nos invita a descansar, sanar y reconectar con nosotros mismos. No nos han enseñado a pasar los periodos de duelo necesarios ante la tristeza y a pesar de ser una emoción más “silenciosa”, está muy mal vista porque se considera de débiles. En la vida pasamos por muchas pérdidas y cambios y la tristeza puede aflorar ante cada pequeña pérdida. Si nos permitimos el tiempo para reposar y pasar el duelo de esa pérdida, la tristeza se va.
Y así, con cada emoción, nuestro cuerpo nos dice cosas para darnos señales de lo que estamos sintiendo. Si lo escuchamos podemos permitirnos el tiempo para gestionar las emociones y no dejar que éstas se acumulen y transformen en otras emociones. Si aceptásemos las emociones y nos permitiéramos hacer lo que necesitamos para gestionarlas éstas no se acumularían y no nos quedaríamos enganchadas a ellas. Las emociones duran muy poquito tiempo, el problema es que al no aceptarlas y no saber qué hacer en con ellas en ese momento nos quedamos enganchados, pensando en aquello que ha provocado que nos sintiéramos así y alimentando con esos pensamientos nuestra emoción.
Cuando comenzamos a permitir sentir las emociones pasamos por un período de liberación de emociones acumuladas y puede parecernos que vamos a peor (como lo que les ocurre a los niños cuando les ayudamos a liberar sus emociones, que lo conté en este artículo sobre la contención emocional) . No es así, lo que ocurre es que cuanto más emociones acumuladas tengamos (a veces tenemos emociones acumuladas de muchos años atrás) más tiempo vamos a necesitar para vaciar nuestras emociones y liberarnos de ellas.
Te animo a que no esperes más para descubrir tus emociones enquistadas, aceptarlas, escucharlas y concederte lo que necesites para liberarlas y soltar….dejarlas ir. Te sentirás mejor, no quedarás atrapado en tus emociones y además, será la mejor forma de enseñarles a gestionar las emociones: A través de tu ejemplo.
Como siempre, deseo que esta reflexión te resulte útil e inspiradora y si quieres compartir el artículo con tus amigos, yo te estoy muy agradecida por ayudarme a difundir mi trabajo.
¡Un abrazo muy fuerte!
Nuria.
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