Características
Las emociones en los primeros meses de vida se caracterizan porque:
Son intensas, globales y desproporcionadas a las causas que las provocan. "Ante cualquier estímulo su organización motórica actúa globalmente; todo su cuerpo se convierte en respuesta sin que pueda controlarlo" (Moraleda, 1998, 89).
Duran poco tiempo y cambian bruscamente.
Son dominantes, de modo que la reacción emocional, dependiendo de su intensidad, puede dominar toda la conducta, paralizando o estimulando las funciones fisiológicas y psicológicas.
Carecen de control. Inicialmente, el niño o la niña no puede controlar sus reacciones emocionales. La capacidad de control emocional surgirá como consecuencia de la maduración neurofisiológica, el entrenamiento educativo y de la acción socializadora del medio.
Al principio, las respuestas emocionales no responden a estímulos específicos. La reacción de miedo, por ejemplo, puede ser provocada por distintos tipos de objetos o personas. Poco a poco, los/as niños/as van conociendo qué objetos o personas son verdaderamente una amenaza y un peligro real y cuáles no. Igualmente, conocerá qué personas son fuente de afecto y seguridad.
Reacciones emocionales de los primeros años
Entre el conjunto de emociones que pueden tener los/as niños/as en los primeros años, se indica las que tienen una especial relevancia para la conducta y las interacciones sociales y que han recibido más atención por la mayoría de los autores.
Al nacer o poco después aparece la emoción interés, incomodidad (al dolor), disgusto (a un sabor u olor desagradable).
Del nacimiento a los seis meses aparece la emoción de ira, sorpresa, alegría, miedo, tristeza, timidez.
De los dieciocho meses a los veinticuatro meses aparece la emoción de la empatía, desconfianza, desconcierto.
De los treinta a los treinta y seis meses aparece la emoción de la vergüenza, culpa, orgullo
Adaptación de Izard y Malatesta, 1987
a) Alegría
La alegría se expresa por medio de la sonrisa y la risa. Contribuye positivamente a que las personas que rodean al niño/a reaccionen con mayores muestras de afecto y de atención, lo que a su vez hace que el/la niño/a aumente sus reacciones de alegría y satisfacción.
La alegría une a los padres y a las madres con el/la hijo/a en una relación cálida y de apoyo que fortalece las competencias evolutivas del niño/a.
En un principio, los recién nacidos sonríen más durante el sueño y en respuesta al tacto, como cuando se les acaricia o mece en los brazos.
Al final del primer mes, los bebés empiezan a sonreír ante estímulos interesantes, dinámicos y llamativos, como un objeto brillante que se mueve ante su vista.
Entre las seis y las diez semanas, la cara humana provoca en el/la niño/a una amplia sonrisa, la llamada sonrisa social, a la que pronto acompañarán placenteros sonidos de arrullo.
A los tres meses, los bebés sonríen con mayor frecuencia cuando interactúan con personas. La risa, que aparece alrededor del tercero o cuarto mes, también está relacionada con la presencia de estímulos muy activos.
A la mitad del primer año, las expresiones de alegría se hacen más selectivas. Por ejemplo, los/as niños/as sonríen y ríen más cuando interactúan con personas conocidas, como los padres y las madres. Esta preferencia apoya y fortalece el vínculo afectivo entre padres/madres e hijos/as.
Los bebés ríen y expresan su placer cuando consiguen habilidades nuevas en los diferentes aspectos del desarrollo, especialmente del desarrollo motor, como alcanzar objetos, desplazarse, mantenerse en pie, etc.
A medida que transcurre el desarrollo, la sonrisa y la risa se convierten en una señal social deliberada que el/la niño/a maneja según las circunstancias personales y sociales en las que se encuentra. Sonríe a unos/as y no a otros/as y se ríe ante ciertos sucesos, objetos y personas, pero ante otros/as.
b) Llanto, ira, tristeza y miedo.
Los bebés responden con un malestar generalizado a una variedad de estímulos y experiencias desagradables, como el hambre, los cambios en la temperatura del cuerpo o una estimulación sensorial excesiva e intensa.
Las reacciones más frecuentes a los estímulos y sensaciones desagradables son:
El llanto: la forma más expresiva y más frecuente de comunicar cualquier tipo de malestar durante los primeros meses de la vida.
El enfado o la ira: los bebés manifiestan ira en una amplia variedad de situaciones, por ejemplo, cuando se les quita un objeto interesante o el padre o la madre se ausentan durante un corto período de tiempo o se les obliga a comer, etc.
El enfado y la ira aumentan gradualmente en frecuencia e intensidad desde los cuatro-seis meses hasta el segundo año. Las reacciones de ira y enfado cumplen una función adaptativa, ya que la energía que generan estas emociones ayuda al niño/a a defenderse y a superar obstáculos y dificultades. Además, el enfado es una señal social poderosa para mover a los padres y madres a eliminar las causas que provocan el malestar del niño/a.
Las expresiones de tristeza también aparecen en la vida del niño/a y, aunque son menos frecuentes que la ira, ocurren también como respuesta a circunstancias o experiencias dolorosas. El verse separado o alejado de las personas de referencia o sentir una falta grave de afecto provoca los sentimientos de tristeza.
El miedo: las reacciones de miedo son escasas en los primeros momentos de vida. Al igual que la ira, el miedo aumenta durante la segunda mitad del primer año. Esto sucede porque, al tener una mayor capacidad de movimientos, los/as niños/as pueden explorar un espacio físico más amplio, lo que da lugar a que encuentren mayor número de agentes causantes de miedo.
Una experiencia de miedo frecuente es la que provoca la presencia de un adulto desconocido. Este fenómeno ha sido bastante estudiado y se conoce como ansiedad ante extraños (Ainswort y Bell 1978).
El miedo o ansiedad ante el extraño es mayor hacia los siete/ocho meses. Disminuye a medida que el desarrollo cognitivo y la experiencia permiten al niño discriminar las personas amenazantes de las que no lo son.
Desde el punto de vista evolutivo, es de la mayor importancia que los padres y las madres respondan con diligencia a las necesidades del hijo/a, expresadas a través de las reacciones emocionales negativas.
Se ha demostrado que los bebés cuyas madres o padres responden con diligencia y afecto a su llanto, lloran menos, son menos irritables y utilizan una mayor variedad de expresiones faciales en su comunicación (Campos y otros, 1992).
c) Emociones autoconscientes
A medida que transcurre el tiempo, los/as niños/as amplían el repertorio de emociones básicas con una serie de emociones más complejas, como culpa, vergüenza, envidia y orgullo, que progresivamente se van perfilando, definiendo y diferenciando (Izard y Malatesta, 1987).
Estas emociones se llaman emociones autoconscientes porque, la vergüenza brota porque el/la niño/a toma conciencia de que él ha hecho o dicho algo que motiva esa emoción; en la culpa toma conciencia de que se comportado inadecuadamente; se siente satisfecho y orgulloso por los éxitos en sus intentos por conocer el medio y solucionar los problemas que éste le plantea.
Son emociones que él/ella vincula a sus conductas y actuaciones, lo que impulsa el tomar conciencia de sí mismo (Campos et ál., 1993).
Este tipo de emociones aparecen al final del segundo año y al comienzo del tercero, cuando los/as niños/as empieza a formarse el sentido de sí mismos y el autoconcepto. Primero aparecen los sentimientos de vergüenza y orgullo y después la envidia y la culpabilidad.
Bibliografía: Psicología del desarrollo en la edad escolarFoto de Fondo creado por freepik - www.freepik.es