¡Mi hijo no lee!







Según una encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) en el año 2015, el 35% de las personas adultas en España dice “no leer nunca o casi nunca”. Esto supone ¡un tercio de la población! Una cifra elevadísima, máxime cuando la comparamos con la de otros países como Finlandia, donde las estadísticas revelan que cada ciudadano lee, de media, 47 libros anuales.

No es de extrañar que el bagaje lector de la ciudadanía coincida con otros datos, como el éxito de sus programas de escolaridad y la baja tasa de analfabetismo. Parece ser que la lectura como fuente de disfrute está asociada al éxito en los campos académico y formativo, pero ¿cómo conseguir que leer se sitúe entre las aficiones de una persona, especialmente si hablamos de un niño?

Recuerdo que en una visita a Finlandia, mientras paseábamos por las cuidadas calles de Helsinki, pregunté a nuestro acompañante Luis, un español afincado en la capital finesa desde hacía 30 años, de dónde les venía a sus vecinos semejante amor por la literatura, siendo el país uno de los más pobres en lo que a tradición literaria se refiere. Luis me explicó que la explicación radica en gran parte en el clima de Finlandia: con largas noches invernales, temperaturas bajo cero y una bruma permanente que cala los huesos, se hace difícil disfrutar del ocio en la calle, por lo que familias enteras, especialmente aquellas que tienen hijos e hijas pequeños, se reúnen en casa para disfrutar de la lectura.

Los padres y madres acostumbran a leer a sus pequeños (recordemos que el sistema educativo finlandés retrasa el aprendizaje de la lectoescritura hasta los 7 años) e incluso a leer en alto para toda la familia, lo que convierte al momento de la lectura en un espacio de convivencia, íntimo y acogedor, en el que desconectar de la rutina para viajar a mundos fantásticos, habitar la piel de personajes intrépidos y resolver enigmas misteriosos.

La lectura colectiva supone, por tanto, un aliciente a la hora de enfrentarse a un libro.

Otra de las anécdotas que suelo contar a mi alumnado es el inicio de mi relación con la lectura: diagnosticada de dislexia, con problemas de vista y aburrida de hacer cuadernillos, no destaqué por ser una gran lectora en mi infancia. Hija de lectores empedernidos, oyente de cuentos y canciones diarias y con cientos de opciones en mi casa, no me incliné por la lectura, pues la consideraba un martirio con el que me castigaban en el colegio cuando me portaba mal. Recuerdo que mi madre, que conservaba aún sus libros de la infancia, me animaba a leer sus propuestas (con poco o nulo éxito al inicio). Ante mis negativas, me dejaba elegir sin presionarme. Los libros que me iba sugiriendo se quedaban en una estantería, a la vista, etiquetados como “todavía no estoy preparada para leerlos”. Cuando, años más tarde, me despertaban curiosidad (a menudo aburrida en las tardes de verano), los cogía y los abría, dispuesta a averiguar si ya estaba preparada.

Algunos los devoré: otros los cerré a la tercera hoja. Fue ahí donde descubrí la premisa básica: ni todos los libros son buenos ni a todo el mundo le gustan los mismos libros. Poder elegir me hizo por primera vez sentirme dueña de la tediosa lectura, y mi madre me preguntaba a diario por lo que había leído: “¿Y qué te ha parecido cuando Manolito pintaba la pared? ¿Crees que Matilda era más inteligente que el resto? ¿Por qué crees que Sherezade contaba un cuento cada noche?

Despertar el amor por la lectura en alguien no es sencillo, y como todo amor requiere cuidado y mimo: generar espacios propicios para la lectura, compartir nuestros gustos e interesarnos por los suyos, leer en voz alta y respetar las preferencias de los más pequeños es clave.

Finalmente, un truco que uso cuando leo en alto en clase: corto la lectura en un momento de interés máximo, para generar expectación hasta el día siguiente. Siempre funciona.

En estas fechas en las que celebramos el Día del Libro, podemos aprovechar para llevar libros a casa o hacer una visita a la biblioteca, pero ¿sabes qué lecturas elegir? Aquí tienes algunas ideas.

3 a 6 años: Literatura realista

Contra todo pronóstico, hasta los 6 años es mejor no utilizar relatos fantásticos. En este estadío en el que el cerebro de los niños está construyendo nociones básicas de la realidad, es fundamental hacer uso del realismo, pues para imaginar hace falta discernir lo real de lo que no lo es. Decía María Montessori que “cuando un adulto lee un cuento de hadas a un niño de 3 años, el niño escucha y el adulto imagina”. Por este motivo recomiendo álbumes ilustrados que narren historias costumbristas de las rutinas infantiles o que permitan a los niños y niñas interactuar con la historia:



Un libro (Hervé Tullet, Kókinos)

Las cuatro estaciones desde el gran árbol (Britta Teckentrup, Bruño)

 Avezoo (Carlos Reviejo, SM)

 La pequeña oruga glotona (Eric Carle, Kókinos)

6 a 9 años: Fantasía, animales y héroes cotidianos

En esta etapa es en la que más se disfruta de ver a los niños y niñas leer y escuchar lecturas: empiezan a forjar sus gustos, disfrutan de la literatura fantástica y captan los matices. Es una etapa fantástica para dar rienda suelta a todos los géneros: álbum ilustrado, cuento, cómic, novela gráfica, biografías sencillas…

Ante la enorme variedad existente os invito a ir con vuestros hijos e hijas a pasear entre títulos y escoger los que os resulten más sugerentes. ¿Alguna recomendación? Aquí tienes algunos:



¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa? (Raquel Díaz Reguera, Thule Ediciones)

Donde viven los monstruos (Maurice Sendak, Harper)

Colección Miranda (de Edelvives, narra con fantásticos mini libros ilustrados la vida de grandes mujeres de la historia: Frida Kalho, Marie Curie, Juana la Loca…)

 Emocionario (Varios autores, Kalandraka)

Mamá fue pequeña antes de ser mayor (Valerié Larrondo, Claudine Desmarteau, Kókinos).

9 a 12 años: misterios, amores y cosas de la vida

Al llegar a esta edad, y con todo lo que ofrecen a diario televisión, videojuegos y redes sociales, es difícil estimular la imaginación de chicos y chicas, pero sigue habiendo temas que despiertan su interés: historias de misterio y terror, los primeros amores y las situaciones cotidianas de sus vidas son algunas de las preferencias que manifiestan. Aquí tienes una selección de los más solicitados:



Colección Elige tu propia aventura (Edward Packard, SM)

Colección Manolito Gafotas (Elvira Lindo, Seix Barral)

Colección Los Cinco (¡sí, vuelven a estar de moda! Enid Blyton, Juventud)

Colección El asesinato de… (para los más mayores, Jordi Serra i Fabra, Anaya)

Colección El pequeño vampiro (Angela Sommer-Bodenburg, Alfaguara)

Y el favorito de la profe: Colección Roald Dhal : Matilda, Las brujas, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el Melocotón gigante… ¡todos son maravillosos! Los ha reeditado Alfaguara.

Si todavía tienes dudas, ¡visita librerías y bibliotecas infantiles con tus hijos e hijas! Allí te asesorarán acerca de los mejores títulos para disfrutar de la lectura y emular a Matilda:

“Ella solo iba a la biblioteca una vez por semana, para sacar nuevos libros y devolver los anteriores. Los libros le transportaban a nuevos mundos, y le mostraban personajes extraordinarios que vivían unas vidas excitantes. Navegó en tiempos pasados con Joseph Conrad. Fue a África con Hemingway y a la India con Kipling. Viajó por todo el mundo sin moverse de su pequeña habitación”.

Extracto de Matilda, Roald Dhal.  

Paula Sánchez Gil

Maestra de Ed. Primaria

Fotografía: Rosa M.A. (@About Yellow Dragons)

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