Dejamos huella en nuestros hijos con la crianza que elegimos para ellos, una huella que va a quedar muy grabada en su edad adulta, y va a estar ahí, en su forma de ser, de actuar, de reaccionar, de vivir. Es una tremenda responsabilidad. Al menos en mi opinión. La forma en la que les hablamos, si les etiquetamos, si les respetamos, cómo les enseñamos con el ejemplo, cómo les enseñamos a resolver sus problemas, a entender y expresar sus emociones, cómo empatizamos con ellos en este mundo de prisas. Todos esos detalles que les enseñamos por ejemplo o por educación, todos dejan una huella.
Y sino, miremos cada uno de nosotros la huella que de nuestros padres (y abuelos probablemente) acarreamos nosotros, una huella que a veces nos provoca una lucha con nosotros mismos por no repetir ciertos patrones, y a veces los repetimos con nuestros hijos sin siquiera darnos cuenta. Como nos educaron, cómo nos hablaron, cómo nos abrazaron, cómo nos apoyaron, todo va quedando grabado. En la vida nos encontramos con muchos momentos difíciles, y ese aprendizaje es el que nos sale automático cuando necesitamos resolver algo. Cuando llegamos a la maternidad/paternidad, podemos querer ser iguales que nuestros padres, pues en nuestro recuerdo esa crianza que tuvimos es la que queremos replicar, o no. Podemos querer ser de otra manera y darnos cuenta que reaccionamos igual que nuestros padres, por inercia. Porque la crianza, los patrones, se quedan grabados. Podemos cambiarlo, si queremos hacerlo, pero requiere esfuerzo.
En todo este camino, con noches sin dormir, con pataletas, con cansancio, con miles de tareas, con mucho juego y muchos mimos, con mucha culpa, con dudas, con una NO conciliación que existe hoy en este mundo moderno, el camino se hace muchas veces difícil. Por eso quizá hayas oído hablar alguna vez de las tribus de mamás, porque este camino, si lo recorres acompañada, es mucho mejor.
Hay otro tema que me resuena desde hace un tiempo. Esa huella, también la va dejando en uno mismo. Las madres, no solo sufrimos cambios físicos con el embarazo o la lactancia, todas esas noches sin dormir, las dudas, las energías, van dejando huella.
Dicen por ahí que es muy importante cuidar de uno mismo. Que para cuidar de tus hijos, tienes que cuidar de ti, de tu salud, de tu bienestar. Tienes que ser feliz para criar feliz. Totalmente de acuerdo. Y parece fácil visto así ¿no? Pero en medio del caos, de la falta de tiempo, de la rutina, del correr, ¿puede levantar la mano la madre que no ha sentido que ella misma era la última prioridad para si misma? ¿que no tenía tiempo para nada.
En biodanza, me enseñaban una nueva definición del egoísmo. Esa palabra que está tan mal vista. En las sesiones lo definían como esa necesidad de proteger las necesidades de uno. Así no suena tan mal, proteger nuestras necesidades, para tener la energía para cubrir las de los demás cuando sea necesario.
Una madre necesita darse un espacio para recargar las pilas, para relajarse, para desconectar, para hacer otra cosa que no sea criar (o criar y trabajar, según el caso) Pero ¿quien controla la culpa? Cuando decides irte a dar un masaje una tarde, y llegas a casa y te perdiste la caída de un diente, o que uno de tus hijos logró saltar a la pata coja, que levante la mano la mamá que no se ha sentido culpable, aunque fuera sólo durante un segundo, por haberse dedicado un rato para si misma en vez de estar con sus hijos esa tarde.
Por otro lado, hay madres que desde que son madres, encuentran el espacio, o se obligan a tenerlo, para ir al gimnasio, a la peluquería, de compras, para salir de casa, del círculo bebé, del mono tema crianza. ¿sienten culpa? ¿habrá alguien que la etiquete de egoísta o mala madre? ¿por qué, si ella necesita su espacio? Uno necesita recargarse.
¿Podemos invertir en el auto cuidado sin que nos tilden de egoístas? ¿Es fácil encontrar el equilibrio sin que se nos pase la mano? ¿Quien decide si es mucho o es poco? Aquí no hay manuales, no hay nada escrito, el equilibrio es distinto para cada uno de nosotros.
En mi caso, yo he querido ser madre desde que tengo uso de razón (más o menos). Para mi, disfrutar de las etapas de las niñas ha sido una prioridad. Cuando fui madre por primera vez, no sentí necesitar un espacio, y mira que no dormía nada. Pero paseaba con mi bebé, me sentaba a leer mientras ella dormía. Caminaba, me aireaba, leía con ella al lado. No necesitaba nada más. Echaba de menos a mis amigas, el compartir la maternidad, pero me sentía bien con invertir mi tiempo en mi bebé.
Con dos, el agotamiento es exponencial, aunque por esa época empezara a dormir algo más. El cansancio se triplica, ya no hay mucho tiempo para pasear o relajarse, pues es difícil relajar a dos al mismo tiempo. Tenía mis espacios breves, algo leía, algo descansaba, me relajaba con la pequeña cuando la mayor estaba en la guardería, pero eran poquitos, alguno más no hubiera ido mal. Pero, la verdad, lo confieso, yo soy feliz con ese entregar mis tiempos, mis energías a las niñas. Disfruto con ese caos agotador. Quizá por eso también vivo relajada en un caos de juguetes, y me prefiero llegar tarde que ir corriendo. Quizá esa ha sido mi manera siempre de relajar alguno de los factores.
El yoga fue mi primer tiempo dedicado exclusivamente para mi. Hacer Kundalini 1 vez al día para mi abrió un nuevo mundo. Me relajaba, mejoraba mi elasticidad y mi resistencia, y recibía todos los beneficios del yoga que ya he comentado más de una vez. Pero, las culpas igual estaban ahí, me daba pena no dormir a las pequeñas terremoto ese día. Y eso que escogí el horario que más tarde había, para estar con ellas hasta justo el momento de irse a acostar. Probé otros horarios pero prefería pasar las tardes con ellas. Pero me sentía culpable igual. La pequeña tenía 3 años, y era una noche a la semana, y yo me sentía culpable. Las niñas acusaban cuando me iba, lloraban. No me gustaba irme así.
Durante un tiempo lo seguí haciendo aunque no podía evitar sentirme culpable. Pero cuando tuve que dejarlo por temas de salud, lo echaba mucho de menos. Y retomé ese espacio con otro deportes. Poco a poco, en distintos horarios. Las niñas tenían ya 5 y 7. Pero el sentimiento de culpa no desaparece. Además ellas crecen y siempre me decían, ¿por qué te vas a clase en vez de quedarte con nosotras? Lo mismo si salía a cenar.
Al final entendí que no podía ser. Por un lado, yo tenía que permitirme ese espacio, pero de verdad. Sin culpas. Entendiendo que yo también necesito cosas, momentos, actividades para mi. Pero tenía que permitírmelos, estar feliz con ello, no “obligarme” a hacerlos para sentirme culpable. La culpa, mejor en un cajón guardada. Y por otro lado, las niñas tenían que comprender también, no valía recriminar o quejarse, y yo andar excusándome. Si yo intento comprender sus necesidades y requerimientos, ellas deben comprender los míos. La comunicación debe mejorarse en ambos sentidos. Así que empecé a explicarles que igual que a ellas les gustaba jugar con Peppa, hacer puzzles, irse a casa de amigas, etc… a mi me gustaba ir a clase de yoga, por ejemplo. Y que el día, si nos organizábamos bien, daba para todo. Para trabajar, ir al colegio, jugar juntas y hacer cada uno lo que necesita. Las madres no somos perfectas, no somos de piedra, y siento que nuestros hijos deben también saber eso, no podemos esconderles nuestros sentimientos, nuestros días malos, nuestras necesidades. No se nos puede olvidar que somos su ejemplo en todo momento.
El tiempo, la costumbre y explicarles las cosas ayudó. Descansar un poco es necesario. Descansar la mente, cambiar el chip. Pero debe hacerse con gusto, sin imposiciones, sin culpas, y estando preparado porque aunque logremos no sentirnos egoístas, más de una vez nos criticaran por ello. Pero si el equilibrio es difícil, si logramos encontrarlo nosotras, encajarlo en nuestras vidas familiares, nadie debería criticarnos por ello. Al fin y al cabo, la perfección no existe y nunca llueve a gusto de todos.
Y es cierto, uno necesita a veces descargarse, relajarse, airearse, para tomar el día a día con otra cara, con una sonrisa, con mejor energía. No porque las niñas me agoten, pues hay que relajarse también del ir corriendo, del trabajo, de las frustraciones, de todo. Cada momento entrega sus cosas buenas. Por lo mismo, siento que cuando me pongo a jugar con ellas, a estar con ellas en una actividad, me gustar sumergirme en esa actividad, para exprimirla al máximo. Hay que disfrutar de cada una de las cosas que hacemos ¿o no?