Tres. Uno de los números y símbolos más importantes y venerados en la historia de la civilización humana por sus múltiples significados, atributos y aplicaciones. Es el segundo número primo y el primer número primo impar. Además, el 3 es el primer número primo de Fermat. Vamos… una cosa muy loca. Como tu cabecita.
Tres. Como la línea que trazaste sin querer en nuestra vida. El pasado, antes de que llegaras. Nuestro presente. El ahora. Contigo. Y el futuro. Todo lo que nos espera.
Tres. Como esa famosa regla aritmética a la que todo el mundo acude cuando tienes que solucionar un problema y buscas la manera más sencilla de apañarlo. Bendita regla de tres.
Tres. Como las veces que pienso cada día, cada vez que entro a tu cuarto, eso de -“Tengo que ponerte las estanterías en la pared, pero ya mismo…”-
Tres. Como las palabras que césar pronunció: VINI. VIDI. VINCI. Y es lo que hiciste de tu llegada a nuestra vida: un triunfo.
Tres. Como la tríada de cosas importantes de la vida: salud, dinero y amor. A mí, dame salud, que lo del dinero, con ir tirando ya me vale… Y amor… Amor, es lo que tengo en casa, correteando, chillando, jugando, abrazando, exasperando y creciendo. Sobre todo… creciendo.
Tres. Como los estados en que puedes transformarme a tu antojo, cuando menos me lo espero: me derrites, me evaporas y me petrificas. O me conviertes en un animal, gritón y enfadica; en un vegetal, fundido y rendido en la cama cada noche, o en un mineral, duro como la roca, cuando toca ponerme firme frente a tus pucheros sibilinos. Tú solita te bastas para todo eso.
Tres. Como los sitios por donde prometo ir a buscarte, cada vez que me necesites y me pidas auxilio en esta y en cualquier otra vida: por tierra, mar y cielo. Allí estaré.
Tres. Como los puntos que da ese famoso tiro exterior que, entrando en la canasta contraria sobre la bocina tras la cuenta atrás, todos hemos lanzado en nuestras cabezas alguna vez, para darnos alegría y gloria eternas. Aunque luego la eternidad durara lo que se tarda en abrir los ojos.
Tres. Como los cerditos del cuento, los famosos mosqueteros de Alejandro Dumas o los corsarios de Emilio Salgari. Productos de fantasía, tan necesaria e inspiradora como el aire con que llenamos nuestros pulmones a cada bocanada.
Tres. Como los colores primarios de la luz, rojo, verde y azul, que son la base para construir esa mirada de millones de colores que tanto nos hace falta para transformar cada mañana este mundo duro y gris que nos rodea. Los ojos con que me haces mirarte. Con que me haces mirarlo todo.
Tres. Como los deseos del genio de la lámpara. Ojalá encuentres tú una, mi niña, y tengas la cabecita amueblada para pedirlos con buen criterio.
Tres. Como aquellos ideales revolucionarios: libertad, igualdad y fraternidad, con que se trató de dibujar un nuevo mundo, mejor y más justo para todos. Creo que nos quedamos en algún punto del boceto, y me temo que tocará seguir empuñando el pincel y el lapicero. No queda otra.
Tres. Como las medallas de la victoria. Eres mi oro, mi plata y mi bronce. La mayor de mis proezas. El mayor de mis logros.
Tres. Como los Reyes que vinieron de oriente y te llenan los zapatos de regalos cada mañana del 6 de enero.
Tres. Como los abrazos y los besos que te daré esta tarde cuando llegue a casa. Como también, las veces que he tenido que pellizcarme esta mañana, al ver tu carita dormida, tierna, risueña, estirada toda tú en nuestra cama como si de un chicle se tratara, para comprobar que sí, que es cierto, que mi pequeña se hace mayor…
Que hoy, porque todavía me parece como un sueño, mi niña…
…ya cumples TRES.
FELIZ CUMPLEAÑOS, MI PEQUEÑA LECHONA.