Ayer fue una mañana de locos. Se acerca el primer día de clases y andamos (sí, todos en casa, incluyendo padres, mascotas y niños) bastante alterados, entre el calor, la decepción de un nuevo año virtual y el estrés intrínseco por la vuelta al cole, estamos bastante más alterados que de costumbre.
Necesitaba airearme y salí a comprar unas cosas extras para alegrar el almuerzo, en el camino de regreso a casa me encontré con esta imagen: mis dos hijos mayores juntitos sentados en una banca del parque comiendo dulces.
Habían estado aburridos en la casa, molestando; y yo los había mandado a freír monos poco antes de salir a hacer las compras para el almuerzo.
Siempre pensé (y sigo pensando) que el confinamiento prolongado y estricto de los niños era absurdo e innecesario sin embargo, no puedo dejar de reconocer que algo positivo dejó en mi casa y es que mis hijos disfrutan su mutua compañía, comparten tiempo entre ellos, se buscan, son cómplices, juegan, se pelean, se amistan y se vuelven a pelear, son confidentes y amigos… son ¡hermanos!
Espero que mantengan esta armonía y hermandad por el resto de su vida, que sigan siempre los 3 unidos en las buenas, en las malas y en las pandemias.