El otro día estuve en el III Encuentro de Madres Blogueras que celebraba Yo Dona y Malas Madres, con el fin de aprender cosas sobre el blog y la maternidad? Ya sabéis, seguir formándome e inspirándome para dar por estos lares lo mejor de mí misma. Y, sin duda, hubo una ponencia que me encantó. La dio Nuria Pérez y se llamaba "Cuando llegue el tsunami: Educar para la vida sin perder la tuya".
Al principio pensaba que con ese título nos hablaría sobre cómo ser madre sin perder tu identidad, ya que no es difícil que estemos tan pendientes de nuestros hijos que nos olvidemos de nosotras mismas; y, claro, cuando llegan los niños, esto es un auténtico tsunami? ¡Ay, las inferencias! Lo que llegan a hacer? Quizás por eso me encantó tanto; porque me dio una lección y porque vi que mi idea de maternidad consciente está encaminada? Hay cosas que mejorar, claro, pero no vamos por mal camino, digo yo. Y la charla decía algo así:
Esta es la historia de cuatro hermanos: Rob, Paul, Matt y Rosie. Sus padres, Kevin y Sandra, siempre les habían educado en tres pilares fundamentales:
1. Ser agradecidoscon lo que tenemos.
2. Ayudar al que lo necesita.
3. Pase lo que pase, hay que continuar viviendo y luchando.
Debido a que estos pilares en los que basaban su modelo de vida no eran los que se estaban dando en la escuela, Kevin y Sandra, decidieron poner coherencia a su vida y vendieron la tienda que tenían, sacaron a los niños del colegio y decidieron marcharse a labores humanitarias con sus hijos a la India.
El 26 de diciembre de 2004 esta familia se encontraba en Weligama, una localidad pesquera india que fue arrasada por el tsunami que se cobró un total de 230.000 vidas. Rob y Paul dormían juntos y se despertaron con agua en la habitación. Rápidamente subieron hacia el tejado y esperaron. Pasaron las horas y lograron encontrar a sus hermanos pequeños, Matt y Rosie. Juntos esperaron y, cuanto todo parecía estar en calma, comenzaron a caminar. Sin dinero y sin identificación estuvieron andando durante 200 km, hasta que lograron ponerse en contacto con la embajada británica, donde les confirmaron que sus padres habían sido arrastrados por el agua.
Volvieron a Gran Bretaña y una hermana mayor se encargó del cuidado de los hermanos. Ellos, en lugar de venirse abajo tras la pérdida de sus padres, pensaron en cuánta suerte habían tenido de haber sobrevivido al desastre y de tener una familia, y, siguiendo los pilares educativos de sus padres, Rob y Paul fundaron en 2011 una empresa, Gandys, dedicada a la fabricación de chanclas originales y hechas con materiales naturales que destina un 10% de sus ingresos a financiar proyectos para huérfanos y niños desfavorecidos.
Y ahora viene la pregunta: ¿dormimos tranquilos cada noche pensando que, si no amanecemos, nuestros hijos serán capaces de conseguir sobrevivir por ellos mismos? ¿Los educamos en que sean autónomos o que sean dependientes? Porque la vida no está hecha para los débiles. Está pensada para los luchadores y para los que, a pesar de las adversidades, consiguen mirar hacia delante.
¿Confiamos en nuestros hijos? ¿Confiamos en sus capacidades? ¿Cuándo fue la última vez que tu hijo se maravilló al haber conseguido algo por sí mismo? Si no confiamos en ellos y en sus posibilidades, ¿cómo lo van a hacer ellos mismos?
Escribiendo este post me ocurrió, personalmente, una cosa muy curiosa. Mi hijo Álvaro de 2.5 años me encerró, sin querer, en el garaje. Esa mañana había bajado sin la llave del coche (lugar en el que tengo el mando del garaje y que me hubiera permitido salir a la calle en caso de urgencia) y sin móvil. Estaba encerrada con Diego en la mochila a mi espalda y Álvaro, al otro lado de la puerta, sin saber cómo abrirme. De hecho, hubo un momento en el que se pensó que yo estaba dentro del portal del bloque y se fue a buscarme. Yo no podía abrir la puerta y sólo podía confiar en él. Así que, con calma y serenidad le empecé a hablar. "Álvaro, tienes que girar la llave" ?escuchaba cómo las movía- "Hacia el otro lado, Álvaro; yo estoy al otro lado de la puerta, no tengas miedo" ?seguía moviéndolas. En eso rompe a llorar y me llama "mamá" ?sospecho que la luz se ha apagado- "Álvaro, no pasa nada, lo vas a conseguir. Confía en ti, tú sabes" ?escucho el clic de la cerradura y estamos juntos. Han sido unos minutos de angustia, pero Álvaro lo ha conseguido. Me explica con su lengua de trapillo que la luz se ha apagado y que ha tenido miedo. Le digo que ya estamos juntos, que ha sido un valiente y que me siento orgullosa de lo mayor y autónomo que es. ¡Ha sabido hacerlo!
Llevamos tiempo enseñándole a usar las llaves. La del portal, la de la casa, hacer giros para abrir? Nunca lo había conseguido hasta ese momento. Pero lo ha hecho justo cuando lo necesitábamos.
Tenía pensado, si no conseguía abrir la puerta, haberlo mandado en el ascensor hasta nuestra planta -puesto que reconoce el número del botón del ascensor- y haberle dicho que tocara a la puerta de nuestro vecino Dani para que él me abriera. Álvaro sabe cuál es nuestra planta y quién vive en cada casa por curiosidad, pero reconozco que viene bien cuando te pasas el día con ellos, porque a mí también puede pasarme algo; un simple mareo, por ejemplo.
Y es que, en determinados momentos, necesitamos que nuestros hijos sean valientes y sepan cosas prácticas: el número de teléfono de papá y de mamá? Y si piensas que son muy pequeños, piensa que eso puede salvar tu vida e incluso la suya. Hay que enseñarles a ser personas con recursos. Hay que enseñarles a hacer cosas sencillas pero útiles? De nada vale tener muchos juguetes o muchas películas si no saben llamar al 112 en el caso de que te ocurra algo. Puede salvar vidas, recuérdalo.