El año pasado se metió con mucho entusiasmo a la actividad vía zoom pero, para ella, fue una gran desilusión: no podía ver a sus amigas, no podía ver a las profes, el internet fallaba, no escuchaba bien ni la música ni las indicaciones y la bulla de las otras bailarinas la distraía y no le salían los pasos como ella quería. Intentó seguir la clase varias veces incluso llorando de la frustración; quería bailar, quería estar con sus profes a las que quiere tanto, quería seguir la clase pero le costaba demasiado. Al mes se retiró con el corazón roto.
¿Por qué les cuento esto?
Porque puede parecer que algunos niños son apáticos o engreídos en clases, que no se esfuerzan lo suficiente o que simplemente no tienen interés cuando, en realidad no siempre es así, simplemente algunos no conectan con la virtualidad, necesitan el contacto visual, el apretón de manos, el susurro en la oreja para poder conectar y disfrutar del aprendizaje. Necesitan la presencialidad. Y si esto pasa con las clases que disfrutan ¿se imaginan con aquellas que no?
Con ella cada día de #educaciónencasa es una lucha para conectarse al zoom, para que prenda la computadora y ni que decir para que haga las tareas. Sé que ella no es la única niña que la está pasando mal en casa, sé también que es una niña privilegiada pues tiene todas las facilidades y el apoyo para hacerlo bien pero, eso no hace que deje de ser difícil.
Sé que para la mayoría de niños la virtualidad no es tan complicada (tengo otros dos en casa que están pasándola de lo más bien con la escuela virtual) pero este post va para todos los niños y niñas que no la pasan bien con el homescool en cuarentena y sobre todo para todas las mamás, papás, tíos, abuelos y hermanos mayores que se bancan la educación en casa, una tarea titánica y complicada.
La educación virtual, definitivamente, no es para todos. La educación virtual no es el escenario ideal para ningún niño.