Como madre de una niña con TDAH con un diagnóstico oleado y sacramentado hace ya tres años. Sé que hay días malos, buenos y terribles y sé también, que hay cosas con las que ella batalla el doble como, por ejemplo, la educación virtual y en esta nueva realidad de educación remota ella necesita apoyo mío prácticamente para todo lo escolar. Y, aunque es difícil, hago mi mejor esfuerzo.
Como ya me han dicho mis amigas educadoras, no me debo de sentir mal de brindarle apoyo a mi hija durante las sesiones de zoom y para hacer sus tareas pues a largo plazo, ella va a lograr la autonomía necesaria para implementar sola las técnicas de estudio que yo le enseño ahora (en teoría, al menos). Así que yo bien obediente reviso tareas, superviso y apoyo durante sus clases intentando interferir lo menos posible.
Como ya les dije líneas arriba, en la vida de madre de TDAH hay días malos, buenos y días como los de hoy.
Hoy, como siempre, conecté a mi hija en su clase y ella se rebeló como nunca, volví al cabo de 20 minutos para ver si necesitaba mi ayuda y me di cuenta de que no había escrito NADA, no había hecho nada. NADA de nada. ¡Auxilio! Jalé mi silla y me senté al costado. Se molestó, renegó, apagó su cámara y la profesora le llamó la atención. Tenemos un trato, si ella no avanza sola me tengo que sentar a su costado durante la clase. Yo odio el trato más que ella, créanme, tengo mil cosas que hacer. Empieza a avanzar y la dejo sola trabajando. Vuelvo ya cuando la clase está terminando, reviso su trabajo, sólo avanzó lo que hizo conmigo…
Pausa para la siguiente clase. Sé que necesita distraerse y recuperar energía, aunque lo ideal sería que avance pues todavía tiene varias tareas pendientes y clases en las que no terminó su trabajo. Su salud mental es primero, así que la mando a jugar al jardín con el perro y le ruego no distraiga a los hermanos. Obvio, va donde los hermanos. Recreo general. Ni modo, suena la alarma para la siguiente clase, nueva pelea para conectarse. Se conecta sola, me voy a ver a los hermanos. Ellos, neurotípicos ideales están más que listos (no puedo dejar de fantasear lo fácil que sería mi vida con los 3 así… no sería justo para el resto del mundo) Regreso luego de 30 minutos a supervisar a mi hija en su clase. El profesor habla y ella no ha hecho nada de nada y lo peor, está chateando con una de sus amigas.
No es ni medio día y exploto. Exploto más cuando recuerdo los correos que recibí de su tutora y de la profe de mate pidiéndome más apoyo con ella ¿es en serio? ¿qué más quieren de mí? ¿mi sangre? Intento calmarme como aprendí en mis cursos de “conscious parenting” y los talleres de “mamá en calma y en conexión”. Todos esos talleres se van al tacho cuando escucho el tilín de los mensajes del chat que le mandan sus amigas y veo el YouTube grandazo en su pantalla. Le pego un grito de aquellos con sermón incluido. Sé que es por gusto porque no la ayudan, pero por lo menos me desahogo.
Mi niña interior y mi ego deben andar felices después de ese espectáculo. Ella necesita las clases presenciales y, valgan verdades, yo también. Debo reconocer que no tengo ni la más peregrina idea de cómo ayudar a mi hija con TDAH para que se concentre en la pantalla durante el zoom, para que retenga algo de lo que escuchó y para mantenerla motivada durante la educación a distancia. Y tampoco, tengo la más peregrina de cómo ayudarme a mí.