Mai, muchísimas gracias por haber aceptado responder a algunas preguntas sobre la educación emocional. Para romper el hielo… ¿crees que los centros educativos deberían tener más en cuenta el lado emocional de los estudiantes?
Gracias a ti Mel. Ciertamente, creo que es una asignatura pendiente- nunca mejor dicho- de todo educador.
Sin embargo, existe, a mi juicio, una queja muy arraigada en el colectivo docente de secundaria que se quejan amargamente: “Sí, claro, tengo 33 horas lectivas en cada evaluación para dar el contenido obligatorio y voy a perder un tiempo que no tengo en implementar la inteligencia emocional en el aula. ¡Que lo haga la tutora que para eso está!”
Son este tipo de quejas con raíces tan hondas las que difícilmente se pueden minimizar sin que los centros educativos sean plenamente conscientes de la necesidad real de la educación emocional. Lamentablemente, se nos olvida que esto no es un sprint, es una carrera de fondo.
Es decir, a ningún alumno le puedo pedir que me analice un fragmento de Fortunata y Jacinta sin antes haberle proporcionado los instrumentos y guía necesarios para que realice un buen análisis…y no puedo pedir a un alumno que se calle y mire al frente y esperar que me haga caso sin más. No obstante, es curioso que a ningún docente se le ocurriría lo primero pero a todos nos gustaría lo segundo.
¿Podrías explicarnos en que favorecería la educación emocional a los estudiantes?
Las conversaciones informales que mantengo en los pasillos sobre alumnos indisciplinados o disruptores me hacen comprender que hay cierto miedo a la educación emocional: “Bueno, Mai, es que claro tú tienes ese carácter con ellos como más…no sé ya me entiendes”. Y sé a lo que se refieren, la mayoría piensa que la educación emocional es para el profesor de ética, de filosofía o para aquella profesora de plástica que mira a sus alumnos con una sonrisa dulce en los labios.
Un buen día, te das cuenta de que aquellos alumnos con los que comenzaste a trabajar en 1º de la ESO llegan a ti en 1º de Bachillerato (con sus negativos, sus deberes sin hacer, sus exámenes suspendidos) pero con los comentarios de las cartillas de los alumnos repletas de: presenta un ejemplar respecto por sus alumnos y por el profesorado.
Respeto…¿interesante verdad? Yo lo traduciría como un respeto hacia las emociones de los demás, empatía hacia el prójimo, cariño hacia uno mismo…y paro ya.
Me has comentado que con unos compañeros has llevado a cabo diversos proyectos de educación emocional. ¿Nos podrías hablar de ellos y qué resultado han tenido?
Con gusto. Resulta que una tarde de octubre y durante un claustro abarrotado y caluroso esperábamos a una ponente que llegaba tarde. Hablábamos de cierto estudiante con riesgo de exclusión social y de lo que se podría hacer en tal o cual momento. Y de ahí surgió la idea. Fíjate, Mel, una profesora de matemáticas, otra de lengua vasca, un profe de tecnología y yo misma. ¿No te parece una mezcla apasionante? Letras y ciencias unidas por fin y con un objetivo común.
Comenzamos a juntarnos después de clase (un día te hablaré de la sentencia de muerte que son estas palabras para la mayoría de profesores) y hablar de cómo podríamos mejorar ciertas situaciones. Sacamos en claro que aquello que deseábamos en los alumnos debía comenzar por nosotras así que cuando se organizaron las formaciones de mindfulness, Golden 5, etc. aplaudimos con gusto la decisión de dirección.
Estupendo, ya teníamos lo principal que era entender lo que es la educación emocional. Y fue un auténtico jarro de agua fría. La educación emocional debía comenzar por nosotros mismos, ¿pero cómo? Atendiendo a una queja comunitaria, el stress del docente. Pasamos encuestas a todos los departamentos y la queja era la misma: “con el día a día tan ajetreado se me acaba la paciencia a la media hora… ¡o menos!”.
Tomamos nota entonces y organizamos una acción formativa de Cómo preparar nuestro cuerpo y nuestra mente para un nuevo día de clase y a esa siguieron otras tantas: Por qué importan las emociones de los demás, Cómo gestionar mis emociones y la que más éxito tuvo con un quorum del 98% fue Cómo gestionar el enfado que me provoca el alumno X titulado tal cual lo lees.
Aunque parezca mentira estas acciones eran tremendamente importantes y de una necesidad imperante ya que cómo vamos a tratar a un alumno con respeto cuando nosotros mismos no somos capaces de tratarlos como se merecen.
Después salió a flote lo más bonito que tiene el ser humano que es intentar dar soluciones hablando tranquilamente (porque no nos engañemos los debates entre el profesorado son de los más acalorado que te puedas imaginar). Por tanto, del sosiego más puro comenzaron a salir pequeñas ideas que se convirtieron en grandes: ¿por qué no comenzamos la primera unidad explicando las emociones y lo que se siente?
¿Pero no sería mejor que sólo lo explicase un profesor y después el resto nos hiciésemos eco? ¿pero por qué no todos a nuestra manera? Es que a mí no me sale tan bonito como a vosotros… ¿y si creamos un blog con los recursos que podemos utilizar? ¿y si pedimos a dirección 15 minutos más para poder hacer un poco de meditación antes de comenzar el día?
¿Y si retiramos los castigos por meditación? ¿crees que un alumno de tercero te va a meditar? ¿y si lo probamos solo en los primeros (1º ESO/1º Bach)? ¿y si me equivoco en alguna explicación? ¿y si alguno la lía de verdad? Pero vamos a ver ¿si me insulta sólo le vamos a pedir que medite? ¿y si eso no es suficiente?
Y del más puro ensayo error hemos ido creando todo un vínculo emocional entre nosotros y entre los alumnos. Sigue habiendo peleas, riñas, enfados, disgustos, tristeza…pero la comunidad que hemos creado respeta todas las emociones y ayudamos a validar el sentimiento, a comprenderlo y a vivir con él.
¿Qué pueden hacer los profesores para fomentar la educación emocional en las aulas?
Tener en mente objetivos realistas y alcanzables; no intentar abarcarlo todo en una sesión. Si comenzamos con un “¿cómo estáis hoy?” Es un comienzo más que remarcable que abre un vínculo afectivo perdido en secundaria y sobretodo en Bachillerato. Desde ahí, iremos fomentando la “conversación emocional” como yo la llamo. ¡Hablar de sentimientos es bueno! Aunque dé miedo, aunque asuste. Porque vamos de que no nos interesan, porque vamos de que hemos venido a dar clase y no a ser sus amigos. Yo educo emocionalmente y no tengo ningún alumno amigo.
¿Crees que los centros educativos deberían dar formación en inteligencia emocional a los docentes?
Absolutamente, mil veces sí. Los docentes de secundaria somos especialistas en la materia que impartimos. Podemos resolver casi cualquier duda sobre la materia pero cómo resolveríamos un: Mai, tengo miedo a suspender. Lo típico sería alzar el brazo y musitar: si estudias no vas a suspender, pero claro (cara de incredulidad) para eso hay que meter horas, maja.
El interesarnos por los sentimientos no nos convierte en Teresas de Calcuta, ni perdemos autoridad ni mucho menos devalúa nuestra asignatura (creencia casi más extendida que la de que se te cae un brazo por quedarte unas horas a la semana después de clase).
¿En qué podría ayudar la inteligencia emocional a los profesores?
Casi se me antoja la pregunta ¿y en qué no? Si los alumnos se encuentran comprendidos y escuchados tú das clase contenta, positiva y eso se nota en la lección.
¿Crees que la educación emocional podría evitar casos de acoso escolar?
Abogo por ello. Aún me quedo perpleja cuando me dicen que la educación se tiene que dar en casa. ¿Pero no sería aún más efectiva la educación si comprendiésemos que las personas somos puro sentimiento? Esto me crea auténticos quebraderos de cabeza…
¿Crees que un docente sin inteligencia emocional puede llegar a transmitir una actitud negativa a los estudiantes?
Podría suceder, sí. Lo que veo es que transmite un sentimiento de que le dan igual los alumnos. Una docente que entra, imparte y se larga rara vez conecta con el resto de sus compañeros y mucho menos con los alumnos. Para esta docente es puro trámite: yo hablo, vosotros escribís luego evalúo y después vosotros lloráis. Fin de la ecuación. Este tipo de docentes transmite el me da igual todo casi más dañino que la negatividad.
¿La educación emocional podría fomentar un aula más tolerante, respetuosa y solidaria?
Por descontado. El conocer las emociones, el ponerles nombre, el tomar conciencia de ellas, el TRABAJARLAS día a día hace que abran los ojos. Lo veo todos los días. Volviendo al ejemplo anterior, ya no se trata de comentar en clase este o aquel aspecto, ahora preguntan ¿cómo creéis que se sintió Jacinta con lo del bebé? Y un largo etcétera. Les importan las emociones, les importa el sentir.
Por último, Mai, ¿en qué momento de tu profesión como docente de educación secundaria y bachillerado decidiste incorporar la educación emocional en el aula?
Forma parte de uno de los momentos más difíciles y oscuros que he tenido como docente que aunque pueda ser muy fuerte confesarlo creo que es necesario. Sorprendí a una alumna de primero de bachillerato cortando mi chaqueta con unas tijeras y exclamé con toda la ira del mundo: ¿Eres tonta o qué te pasa? ¿Tu madre no te ha enseñado a tener respeto? Vas a estar castigada de por vida. ¡Sal de mi vista!
Aquella alumna perdió hacía dos cursos a su madre y a su hermana mayor en un accidente de coche y vivía con sus abuelos octogenarios que decían a todo aquel que quisiera escucharlos que su nieta era indomable.
Si alguien me hubiera iluminado en el camino de la educación emocional en el aula mis comentarios no hubieran sido tan desafortunados, la alumna podría haber aprendido a poner nombre a sus emociones encontradas o podría haber escrito a la “ayuda escondida” que tenemos en el instituto con un buzón anónimo en el que se les puede ayudar sin rebelar su identidad en el que pueden verter todo aquello que llevan dentro y obtienen ayuda en línea si fuese preciso.
NOTA: No imparto clases en ningún instituto particularmente conflictivo ni marginal que requiera especial atención emocional ni más urgente que el resto.