Cuando veo delante de mí una montaña me siento llena de fuerza, por ello tiendo a dibujar mujeres montaña, desde hace años. Llega un momento, en la contemplación, que ella y yo somos lo mismo y soy capaz de sentir sus entrañas, sus profundidades, la vida que hierve en su interior y la que la rodea.
Surge dentro de mí, una fortaleza interior, que por fuera es toda adaptación, flexibilidad, acogida, resiliencia hacia los seres que viven en ella, plantas y animales, cambios e inclemencias de las estaciones o el paso del tiempo.
Es tan maravilloso lo que siento cuando me transformo en montaña que al terminar esa meditación estoy llena de energía, poder de decisión, capacidad de adaptación, visión profunda, escucha activa, los sentidos internos y externos de mi ser están más receptivos.
Esta visualización siempre me ha ayudado a adentrarme en mi “YO soy”, en mi alma y darme cuenta que estoy conectada con todo, que no soy un ser aparte; sino PARTE de un gran Todo, el universo, lo visible y lo invisible, lo blanco y lo negro, lo frío y lo caliente… La montaña es compañera de otras montañas, está unida a otros valles, ríos, montes, playas, arrecifes…
Dar la oportunidad a los más pequeños de ser una montaña, les ayudará en muchos aspectos: autoestima, fortaleza, resiliencia, consciencia. No es necesario hablar con ellos sobre los beneficios de esta práctica. Lo importante es jugar con ellos a meditar con esta visualización y siempre que podamos estar delante de una montaña, dentro o encima de ella, pisando su riqueza con respeto, respirando su vida.
Poco a poco, el niño tenderá a repetir unos juegos u otros cuando los necesite. De manera espontánea y estos juegos se convertirán en hábitos. Hábitos emocionalmente saludables.
Me gustaría que todos los que hacéis estas meditaciones pudierais compartir conmigo vuestros dibujos y experiencias. Un abrazo.