¡Hola a todas!
¿Cómo ha empezado la semana? ¿Sois de las afortunadas con el lunes festivo o os ha tocado trabajar? Por aquí hemos empezado una semana más, de escoleta, de trabajo y de poner todo a punto. Hoy tenía pendiente subiros este post que me habéis pedido mucho sobre la “adaptación escolar“. Durante estas semanas han sido muchos los mensajes y mails que he recibido preguntando qué opinaba sobre este proceso de entrada en la escuela, o incluso algunas contándome la experiencia un poco agridulce y que os hacia cuestionaros si estabais haciendo bien.
Es un tema delicado, y está claro que además de que cada familia tenga su opinión, por desgracia también influyen (y mucho) factores externos que a veces nos hacen tomar una decisión u otra. Factores como la ridiculez de permisos de pa/maternidad, la poca conciliación entre el trabajo y la escuela, la no flexibilidad para poder cubrir esta etapa que, tenemos que ser conscientes, es muy importante para nuestros hijos. Es verdad que en Septiembre se habla mucho de la adaptación escolar, pero es algo que nos encontramos a lo largo de todo el año, así que espero que este post os pueda servir en otras ocasiones.
Antes de nada también quiero dejar claro que esta es mi opinión, la que me he creado después de años trabajando en las aulas y sobre todo después de haber sido madre y haber vivido la adaptación de Valentina. No quiero con ello decir que tenga la verdad absoluta y que lo que hagan el resto esté mal. Son sin más, otras posibilidades que quizás no nos planteamos porque siempre se ha hecho de otro modo.
Una de las razones por las que decidimos empezar un negocio desde casa fue, precisamente, para poder cubrir situaciones como estas: la adaptación escolar. Conozco muy pocas empresas, por no decir ninguna que faciliten una flexibilidad horaria para que alguno de los padres pueda acompañar de manera prolongada a su hijo en esta etapa. Es verdad que hay veces que no son los padres quienes la hacen (por motivos laborales) si no que son los abuelos u otra figura de referencia. En nuestro caso eso era imposible, así que había que buscar otras alternativas.
Al final, lo que yo entiendo por adaptación escolar es acompañar a nuestro hijo en el proceso de conocer y familiarizarse en un espacio extraño, con adultos y niñ@s que no conoce y con unas rutinas y ritmos muy distintos a los que ha llevado hasta el momento. Dentro de la adaptación digamos que hay varias fases (como en todo proceso) y que para mi, es importante que todos los niños pasen por ellas. Habrá algunos que pasaran las fases muy rápido y otros que necesitarán más tiempo. Igual que para caminar, hablar, dejar el pañal, etc. Hay bebés que gatean a los 6 meses, a los 7 se levantan y a los 9 ya están andando; otros que gatean hasta los 16 meses y directamente corren; cada uno a su ritmo, pero todos pasan por las mismas fases madurativas.
En el caso de la adaptación escolar pasa algo parecido. Primero conocemos el espacio juntos, lo que hay allí, las personas que están, las rutinas que se establecen… Es importante que nuestro hijo vea nuestra complicidad y seguridad con la personas que van a acompañarlo (maestra, guía, profesora, educadora…) que sepan que nosotros lo validamos, que estamos seguros y confiados con aquella persona. Poco a poco nuestra actitud dentro del aula tiene que ir siendo más la de un “mueble”. Para que nos entendamos: nosotros estamos presentes pero actuamos poco, nos movemos poco, dejamos que ya empiecen a ser las maestras las que lidien o solucionen con las peticiones que nos hagan. Por ejemplo, si necesitan coger algo que no está a su alcance, o hay diferencias con algún compañero, o quieren cambiar de espacio… dejamos que sean sus nuevas figuras de referencia las que los ayuden. Y siempre reforzamos asintiendo esa acción y recordándole que nosotros le esperamos allí, siempre sentados en el suelo en el mismo lugar.
La presencia en un periodo de adaptación es muy importante. Estar en el suelo, a su altura, en una postura relajada, atentos a lo que sucede, sin intervenir, sin juzgar, solo ESTAR. En este momento hay el siguiente paso que es el importante: el que nosotros nos vamos y ellos se quedan. En este punto es vital hablarlo antes con las maestras, ver qué opinión tienen ellas, cuándo es el mejor momento (quizás cuando están comiendo algo de fruta a media mañana, quizás cuando están haciendo la rutina de los buenos días, cantando canciones…) siempre buscando aquel momento en que el niñ@ se encuentra a gusto y está tranquilo. Es muy importante siempre, siempre, siempre despedirse. Siempre. Quizás creemos que es mejor para el, para no hacerle sufrir; pero la reacción que queremos evitar la va a tener igual cuando se gire y vea que ya no estamos. Y además, no va a entender dónde nos hemos ido, por dónde, ni por qué… y va a vivir una situación de angustia. Además, eso nos puede hacer que desconfíe en los siguientes días. Que piense que en cualquier momento nos podemos esfumar, y que toda la separación que habíamos conseguido en otros momentos, se convierta en un niñ@ que ya no quiere separarse por si a caso se despisto y su madre se va. Poquito a poco, los ratos que salimos del aula van siendo más largos: primero 30 minutos, después 1 hora, 2, 3… y así hasta que veamos que está completamente adaptado.
¿Y qué pasa si eso no sucede? ¿Qué pasa si aún habiendo hecho toda esta adaptación mi hijo siempre llora cuando me voy? A ver, si la adaptación se ha hecho correctamente y respetando sus tiempos, no es lo normal. Y siempre hay que ver si es un llanto desconsolado y de angustia o si realmente es su manera de decirnos que le gustaría que nos quedásemos en el espacio pero después está tranquilo y a gusto en él. Es muy difícil crear una norma estándar para todos porque no es lo mismo 4 meses que 9, ni 1 año que 2 y medio. Por ello es importante hablar siempre del proceso en cuestión de nuestro hijo con los profesionales del centro en el que estará y acordar un plan conjunto. Y si, hay veces que sucede, y hay niños que no se adaptan y sufren durante algunos meses. Pasa poco, pero pasa.
¿Y cómo fue con Valentina?
Pues bien, Valentina ha estado yendo conmigo a la escoleta durante estos dos años. Cada mañana íbamos y estábamos allí unas 2-3 horas. El primer año básicamente jugábamos las dos juntas. Prácticamente no tenía interacción con otros compañeros más que el mero hecho de compartir un espacio. El segundo año la cosa poco a poco iba cambiando, ella se separaba más, aunque siempre siempre me buscaba y necesitaba saber dónde estaba. Además, es una niña muy sensible y cuando las necesidades básicas no estaban cubiertas (sueño y hambre) estaba muy alterada. En enero de este año, es decir, cuando Valentina tenía 2 años yo empecé a quedarme en un espacio donde habían niños más pequeños; y por lo tanto juguetes, actividades y propuestas pensadas para niños más pequeños y que a ella no le “interesaban” tanto. A ella lo que le gustaba era estar en el otro espacio, donde había materiales de movimiento, niñ@s de su edad y propuestas que le atraían. En este momento a ella sí que le apetecía interactuar más con iguales.
Ella me pedía que bajara pero yo le decía que me quedaba allí, que si quería quedarse podía o que si no podía bajar y que cuando quisiera verme me encontraría allí. Y así pasamos de enero a mayo prácticamente que ella iba subiendo y bajando, de un espacio a otro. Pero cada vez, subía menos veces, cada vez los ratos abajo se iban haciendo más largos, hasta que hubieron días que prácticamente estaba siempre abajo. Y fue en mayo cuando yo le propuse que me iba a trabajar/comprar/hacer lo que fuera y que después volvía. Siempre le marcaba cuando volvía: cuando se estuvieran lavando las manos, contando un cuento, o comiendo un yogur. Yo calculaba qué estarían haciendo a la hora que yo volvía y de este modo como funcionan por rutinas ella podía estructurarse temporalmente cuándo iba a regresar.
No hubieron llantos, no hubo angustia, nada. Evidentemente han habido días malos. Cuando ella ha estado un poco resfriada, cuando no ha dormido bien, cuando ha pasado por períodos más sensibles… pero eso es algo que vivimos todos ya sea en la escuela o en casa. Para mi lo importante es que no viviera angustiada la separación o el estar en un sitio que no conocía sin saber cómo ni cuándo ni por qué. El horario que siempre ha hecho es de 9 a 13h. Contando que yo siempre estoy un rato allí antes y después. Hay días que me voy a las 9 en punto y otros que me voy a las 9 y media.
Ahora en Septiembre hemos vuelto a tener que hacer una mini adaptación. Evidentemente mucho más rápida que la inicial, pero no hemos empezado de 9 a 13h full time. Ella tenía muchas ganas de volver a la escoleta, pero también estamos viviendo (y lo que nos espera) una etapa complicada, con lo que se nos juntan las emociones de que “mi madre cada vez tiene la barriga más grande, algo va a pasar y no sé lo que es”, tiene una época de querer estar mucho conmigo, y la separación le cuesta. Y estamos seguros que una vez nazca Julieta también se va a ver alterado, así tenemos presente que quizás pasamos un primer trimestre movidito.
Llevamos 3 semanas y de momento no ha hecho ningún día entero. Hoy lunes por ejemplo le ha costado separarse, no ha dormido bien, viene del fin de semana, y como a todos, ¡los lunes nos cuestan! ¿Quién pudiera hacer alguna rabieta antes de entrar al trabajo verdad?
Realmente si nos paramos a pensar, son muy pequeños para el proceso que “les hacemos” vivir. En muchísimos países la escolarización como aquí la entendemos no empieza hasta los 6 años. Hasta entonces conviven entre espacios compartidos con familias o en casa. Con 6 años tienen una capacidad de entender muchísimas más cosas: que volverás a buscarlos, qué van a hacer allí, tienen capacidad para expresar lo que hacen, lo que les gusta, lo que no, pueden negociar y llegar a tratos… Un niño de 1 año todavía no sabe como funciona el mundo y su única seguridad son sus padres. Yo he notado un cambio de interés muy grande en Valentina a partir de los 2-2,5 y medio; y es por ello que creo que es la edad idónea de empezar a compartir espacios separados de los padres por unas horas. La mañana de 9 a 13 es una franja horaria en la que ellos están frescos, contentos, activos, despiertos, con las necesidades básicas cubiertas y para mi son las hora óptimas para que un niño de primera infancia pase en un centro educativo.
Evidentemente todo lo que he expuesto es totalmente incompatible con la mayoría de lugares de trabajo. En estos espacios convivimos familias en las que una figura no trabaja fuera de casa, o es autónomo o trabaja por las noches, o los fines de semana, o sencillamente han hecho las mil y una para conseguir ofrecer lo que para ellos su hij@ necesita.
¿Y si aunque creamos que ésto es lo mejor no se lo podemos dar? Pues es una p**** porque vivimos en un país en el que se tiene muy poco en cuenta las necesidades de los niños, pero todo en esta vida se puede superar acompañándolo con amor, siendo conscientes de que lo pasa, de lo que se vive, poniendo palabras a ello e intentando compensar y cubrir todo aquello que durante nuestra jornada laboral no podemos. No es cuestión de fustigarse, una vez se ha tomado una decisión y sabemos que no podemos cambiarla hay que mirar de qué manera podemos vivirla todos mejor. Vivir en los “y sis…” nos dolerá mucho, y eso es algo que las madres hacemos con demasiada frecuencia. Pero si que consideraba oportuno transmitir este mensaje, porque quizás no podemos dedicar 2 años a nuestros hijos, pero si que podemos hacer pequeños cambios desde abajo, en nuestra escuela, pidiendo más presencia de los padres, haciendo que las puertas estén más abiertas, más tiempo, que los horarios sean más flexibles y así poquito a poco conseguiremos grandes cambios. Los padres tenemos mucho poder en este proceso, los maestros hay veces que en los claustros están de manos atadas, así que desde aquí os digo que si veis cosas en vuestra escuela que podrían cambiar, que lo pidáis. Es vuestro hijo el que pasa allí las horas, que la escuela es de todos y para todos y que llevamos muuuuuchos años con un sistema que está más que demostrado que no funciona, así que ¿por qué no probar algo distinto? Quién sabe, quizás nos sorprenda…