Una noche más, los niños duermen en sus camitas. Agotados. Exhaustos. Esta vez un poco más de lo habitual. Pues las últimas horas han sido momentos intensos, llenos de sueños, esperanzas, nervios, esperando que unos señores entrañables lleguen impulsados por la magia a su casa con los regalos largamente esperados.
He oído la pregunta, mamá, ¿cuando vienen los reyes? como unas tropocientas veces en las últimas semanas. Cada vez con más insistencia. Cada vez con menos paciencia. Ayer al despertar, mi pequeña princesa pedía que se hiciera pronto de noche para ir a ver la cabalgata. Para estar lo más cerca posible de los hacedores de sueños más famosos y queridos por los niños.
Al fin llegó el momento. Nunca se habían vestido tan rápido y con tanta obediencia. Por supuesto, el momento lo valía. En primera fila de la acera, plantados con sus amiguitos y sus bolsas esperando rellenarse de múltiples caramelos. Al fin llegó el momento. Al final de la calle aparecían unas luces, iluminando la tarde de invierno y los ojos de los niños que observaban atónitos a aquellos majestuosos personajes. ¡Baltasar me ha saludado! Ver a mi pequeño gran hombre lanzar besos a Melchor no tiene precio. Buscando su nombre en las cajas de regalos de las enormes carrozas; silvando al cancerbero que arrastraba el carbón; agarrando al vuelo caramelos de mil colores. Sonrisas, gritos, puños apretados para controlar los nervios.
Siguiente gran momento, preparando un tentempié para los Reyes y sus camellos y ¡rápido! a la cama. De nuevo diligencia y obediencia sin igual. Y empieza la noche más mágica del año, rememorando la adoración de aquellos hombres al Niño Jesús, guiados por la hermosa estrella. Y aunque mi pequeña princesa piense que Melchor, Gaspar y Baltasar llevaron al pequeño un Rayo McQueen (Noooooo, Inciendo, Oro y Miiiiiiirra, menos mal que su hermano la corrigió), lo importante es que recuerda aquel hecho y lo rememoran con ilusión, emoción y nervios, muchos nervios.
Y al fin llegó el momento. Se encienden las luces tras largas horas de oscuridad, en las que cualquier sonido altera su sueño. ¿Será Gaspar trayendo mi regalo? ¿O Baltasar que ha tropezado?
¡Síiiiiiii! ¡Hay regalos en el salón! Y siguen los nervios y el misterio al fin se desvela. La ilusión ha sido colmada. ¡Gracias Reyes Magos! Gritan con sus dulces e inocentes vocecillas.
Un año más, la magia de la inocencia ha colmado de dicha a muchos niños. Y a otros que ya no lo somos tanto.