Sin saber cómo, junto al pequeño y poderoso ser que centra tu vida se hacen sitio a codazos el trabajo y la familia, libros casi furtivos leídos por entregas, ratos de estudio a horas intempestivas, charlas y risas en buena compañía. Momentos de asueto entre el placer y la culpa, descontando minutos entre miradas al móvil. Tras una de estas escapadas, corres a casa vaticinando el desastre y el pequeño ser y su papá te ignoran mientras siguen jugando en la cama y ríen como locos.
Descubres que amar no equivale siempre a renunciar, que el tiempo de para mucho si te organizas bien, que a veces es bueno separarse para reencontrarse con más ganas, que San Preciso se murió. Y a pesar de todo, el anhelo de un tiempo propio se plantea a veces a media voz, con cierto apuro y no poca culpabilidad. Las aspiraciones se convierten aquí en terreno escabroso, para nosotras mismas, más que para nadie.
Como en tantas cosas, también aquí es peligroso generalizar. Habrá quien diga que nunca tuvo la necesidad, quien no sienta haber dejado nada por el camino, quien también en este terreno logre el milagro de conciliar. Para el resto, queda el reto cotidiano de llegar y disfrutarlo todo, intentar ser más felices y que los nuestros también lo sean, vivir todas las facetas con alegría y sin reproches. El próximo viernes no me lo pierdo.