El mundo se divide en dos tipos de personas: los que al llegar al pueblo comienzan a descontar las horas que restan para marcharse y los que no. Muchos consideran tiempo perdido el que transcurre en calma, sin grandes estímulos, eso que llamamos tranquilidad y a veces no es sino aburrimiento, una pausa tediosa mientras se materializa algo que nuestra mente imagina emocionante, nuevo, sin duda mejor. Para otros, el silencio evidencia el tiempo malgastado en cosas innecesarias, el esfuerzo que parecía incuestionable y ahora se descubre vano, la absurda maquinaria que rige nuestra vida.
Unos y otros buscamos con mayor o menor éxito instantes de paz; esos en los que desaparece lo negativo y el pensamiento discurre libre y con claridad. Algunos los encuentran en deportes más o menos intensos, otros en el yoga y la meditación. Yo los he hallado en la simple actividad de recoger moras, algo que se ha convertido en un placer diario deseado, casi un vicio. El resultado es un pequeño tesoro en forma de tarros de mermelada en con el que recordar, en las mañanas de un invierno cada vez más próximo, horas de felicidad entre las zarzas del camino.