Mermelada de moras

Salir a la calle con la misma camiseta con la que dormiste la noche pasada es un síntoma claro de que te estás asilvestrando. También caer en la cuenta de que llevas semanas sin mirarte al espejo con atención, llevar brazos y piernas llenas de arañazos y las uñas negras de tierra y restos de moras. No conectar un ordenador en días y no echarlo de menos. Confirmar que sigues encontrándote más cómoda con zapatillas viejas por caminos de tierra. Volver a soñar con otra vida más simple, más libre, reducir al mínimo las necesidades, generar tú mismo los recursos básicos, depender sólo de tu esfuerzo, sin jefes ni criterios empresariales inciertos.

El mundo se divide en dos tipos de personas: los que al llegar al pueblo comienzan a descontar las horas que restan para marcharse y los que no. Muchos consideran tiempo perdido el que transcurre en calma, sin grandes estímulos, eso que llamamos tranquilidad y a veces no es sino aburrimiento, una pausa tediosa mientras se materializa algo que nuestra mente imagina emocionante, nuevo, sin duda mejor. Para otros, el silencio evidencia el tiempo malgastado en cosas innecesarias, el esfuerzo que parecía incuestionable y ahora se descubre vano, la absurda maquinaria que rige nuestra vida.
mermelada de moras


Unos y otros buscamos con mayor o menor éxito instantes de paz; esos en los que desaparece lo negativo y el pensamiento discurre libre y con claridad. Algunos los encuentran en deportes más o menos intensos, otros en el yoga y la meditación. Yo los he hallado en la simple actividad de recoger moras, algo que se ha convertido en un placer diario deseado, casi un vicio. El resultado es un pequeño tesoro en forma de tarros de mermelada en con el que recordar, en las mañanas de un invierno cada vez más próximo, horas de felicidad entre las zarzas del camino.

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