No hace demasiado publiqué (aquí) el post sobre el embarazo y el parto de Marna, mi primera hija, recién cumplido su primer año de vida. En esta ocasión, os contaré la segunda experiencia apenas días después de que el pequeño Dante haya conocido este extraño pero maravilloso mundo.
Foto: Daniel Mellado
Foto: Daniel Mellado
Lo cierto es que dicen que no hay dos embarazos ni dos partos iguales, y al menos en mi caso así ha sido. Si bien es cierto que este segundo embarazo, muy seguido del anterior, tampoco ha tenido complicaciones y ha sido, si cabe, más "fluido" que el primero. Quizá porque mi preferencia se repartía entre el nuevo miembro de la familia que se estaba gestando y una niña de un año que iba creciendo en todos sus amplios sentidos, lo cual te deja poco tiempo para el resto.
Aprovechando algunos post de moda que subí coincidiendo con esta época, tengo bastante bien documentado el avance de la barriga, cosa que siempre viene bien para tener un bonito recuerdo de algo tan especial y único como un embarazo, que a pesar de ser algo cotidiano, natural y común, no deja de ser mágico e increíble.
Cuando supe del segundo embarazo, Marna acababa de cumplir 7 meses. Poco después llegó la tremenda pandemia de la que aún somos pasto, y con ella el confinamiento. Y en parte "gracias" a ello he vivido esos primeros y delicados meses de embarazo con más tranquilidad desde casa, aunque el no salir apenas, no caminar a diario ni tener una mínima rutina física, hizo que me sintiera algo débil y pesada. Por supuesto, es perfectamente posible seguir un programa de ejercicios en casa, estiramientos, yoga, pilates y tantas opciones, pero no os voy a mentir, el deporte nunca ha sido mi fuerte... (eso sí, adoro caminar con o sin rumbo y no tengo mesura, pero no son tiempos de dar largos paseos).
En este caso, tampoco tuve apenas náuseas (aún menos que en la ocasión anterior), ni rechazo a ningún alimento, sólo algo de anemia en el segundo trimestre. Eso sí, las últimas semanas se hicieron eternas porque aparecieron algunos viejos conocidos como la acidez, y con una barriga de 8 y 9 meses, atendiendo a diario una niña aún muy pequeña que es activa y pesa como un plomito, todo costaba más, como es lógico.
Por suerte, tampoco tuve estrías ni gané demasiado peso, pero algún kilito extra ya se había colado del embarazo anterior y ahí sigue (y no me quejo, que aún comiendo sano soy débil cuando de chocolate se trata...). Me cuidé lo justo y necesario, sin excesos en la alimentación y siendo constante con el cuidado de la piel. Usé a diario protector solar para el rostro (a pesar de que he salido muy poco de casa en estos últimos meses), Trofolastin para evitar las estrías en la zona de la barriga, aceite de rosa mosqueta en algunas ocasiones y Lipikar fluido de La Roche Posay, una loción hidratante corporal para pieles sensibles.
Mi fecha prevista de parto era el 29 de octubre y nada indicaba que hubiera que inducir (como ocurrió con Marna en el último momento y sin esperarlo), así que tras comprobar que tanto la última ecografía como las analíticas eran correctas sólo restaba esperar y tener todo preparado con semanas de antelación para estar tranquilos. Mi actitud ante el momento del parto era la misma que el anterior, con aceptación por cómo pudiera ocurrir todo, tranquilidad por sentirme rodeada de profesionales por lo que pudiera pasar, sin temores "pre-fabricados" y con expectación e ilusión.
Y llegó el sábado 24 de octubre con su cambio de horario para rendir homenaje a la temporada de frío (aunque en Mallorca ese frío aún se está haciendo esperar). Y lo que empezó siendo una leve molestia a medio día, se fue transformando en un pequeño dolor cada vez más presente, hasta que en cuestión de muy pocas horas, ese dolor eran unas señoras contracciones que me estaban dejando sin habla.
Si bien dicen que el segundo parto es más rápido, en mi caso se cumplió el dicho y sin esperarlo esa misma noche, apenas entrada la madrugada, tuve que ponerme en marcha porque la cosita se estaba poniendo muy seria. Ilusa de mi, pensaba que si la labor de parto se había iniciado, aún podría estar con contracciones hasta el día siguiente, y que si en todo caso rompía aguas, tendría tiempo de prepararme antes de correr al hospital... Pues no, sobre las 2 de la madrugada, así como buenamente pude, nos pusimos en marcha rumbo a Son Espases (el hospital público de Palma donde también di a luz a Marna).
Me ahorraré muchos detalles porque más que un post, esto sería una novela... Llegamos a urgencias a la "hora bruja" (las 3 de la mañana, que de repente con el cambio de hora volvían a ser las 2), y con ello, un fallo informático en los sistemas que obligó a tomar datos a mano y ralentizar mi revisión e ingreso (en ese momento apenas me mantenía en pie por el dolor). Cuando me revisaron, ya estaba de 7cm de dilatación (... ¡con razón no podía ni pronunciar mi nombre!).
Pedí la epidural, pero mientras, con motivo del covid-19 y habiendo aparecido de urgencia y de madrugada, el equipo tenía antes que equiparse con todos los extras, hacerme la prueba pcr (que por suerte dio negativo) y ponerme una vía (y no me quejo, es el protocolo y las circunstancias eran las que eran). Cuando vino el anestesista, había dilatado 1cm más, y con 8cm (casi completa) no me aconsejaban pinchar porque era tarde. Aún así, insistí y con mucho esfuerzo por mi parte por aguantar el dolor me pusieron la epidural, que supuso un poco de alivio durante un ratito.
Me rompieron la bolsa (a pesar de que ya estaba casi en dilatación completa no se rompía) y en poco más de media hora, la epidural desapareció (ya me advirtieron que podría ocurrir, aunque debo decir que la máquina avisó varias veces de que había obstrucción en la cánula...). Pero ese ratito en el que la anestesia hizo efecto, aunque breve, desaceleró un poco los últimos 2cm que me quedaban, y fue una bendición, porque a "papá" le dio tiempo a entrar y asisitir al parto. Había tenido que esperar fuera bastante tiempo por diferentes circunstancias y llegó cuando las contracciones se reactivaron y la anestesia me abandonó por completo.
El resto fue simplemente un parto natural, muy consciente, doloroso pero sin miedo, no traumático, con la ayuda justa, muy instintivo, muy deseado, crudo pero hermoso, y desde luego con un final más que feliz.
Dante nació el domingo 25 de octubre a las 7´30h, poco más de 3kg de bendición y mamá sin desgarros, sin instrumental, puntos ni laceraciones (Marna también se portó igual de bien, soy una afortunada...).
Recién llegados a casa
Debo decir que, aunque este parto fue muy diferente, más rápido y salvaje, por decirlo así, también lo ha sido la atención postparto durante las siguientes 48h de ingreso en el hospital, y en este caso para bien. Esta vez tuve asesoramiento especial para la lactancia, cosa que eché de menos el año pasado. También se agilizaron algunas pruebas tanto físicas (como la auditiva) como burocráticas para evitar que tengas que hacer nuevas visitas presenciales, lo cual facilita bastante las cosas y más dada la situación.
Dante ha llegado en plena pandemia histórica, y él lo aprovecha con alegría, porque como no sale de casa duerme todo lo que puede y más... La lactancia, en esta ocasión, empezó con los mismos problemas (mi piel es muy sensible) pero como la experiencia es desde luego un grado, lo estoy llevando bastante mejor, consiguiendo una LME prácticamente al 100%; de hecho, en sus primeros 11 días de vida ya ha ganado medio kilo.
Y aquí seguimos con Marna, que ha dejado de ser la bebé para convertirse en la hermana mayor aún teniendo 16 meses, y con Dante, una pequeña y dormilona revolución de la que intentaré saborear cada momento porque estos pequeñines crecen demasiado rápido...
¡Gracias por leerme y hasta pronto!