Lo primero que hice tras hacerme el seguro fue coger el listado de ginecólogos y buscar opiniones sobre ellos. Me daba igual si eran hombres o mujeres, lo que yo buscaba era saber si era pro-parto natural y pro-lactancia. Y lo encontré. La mayoría de las opiniones acerca de él le catalogaban como un ginecólogo respetuoso con la mujer que consultaba con su paciente todas las decisiones importantes (ej: te ha salido alta probabilidad de síndrome de down, yo te recomiendo hacerte la amniocentesis que es una prueba invasiva y conlleva unos riesgos, pero vosotros decidís. Pensaroslo y en un par de días me llamais con lo que decidáis), no programaba partos porque sí y evitaba las cesáreas. Así que le pedí cita para una revisión rutinaria y me encantó: amable, tranquilo, me explicó absolutamente todo lo que me hizo,... y durante todo el seguimiento del embarazo no me defraudó sino al contrario, cada dia estaba más contenta de tenerle como ginecólogo.
En las últimas semanas me visitaba todas las semanas para comprobar que todo seguía yendo bien y respondía pacientemente a todas mis preguntas. No os exagero si os digo que en una de esas últimas visitas me llevé las dudas anotadas en un papel de tantas que tenía, ¡así no se me olvidaba nada! Y nuevamente él respondió a todas y cada una con paciencia y explicando todo.
Llegó el momento esperado y yo no me ponía de parto. LLegué a las 41 semanas y me aconsejaron provocarlo. Como mami novata que era, accedí. Ingrese de noche y de buena mañana me bajaron a dilatación. Me pusieron un gotero de oxitocina y, pasado un tiempo, la matrona me rompió la bolsa. Al principio las contracciones eran suaves, incluso me llegué a dormir. Pero tras la rotura de la bolsa, todo cambió. Recuerdo el dolor de las contracciones como si hubiera sido hoy mismo. Tras cada una de ellas entraba en un estado de semi-inconsciencia del que sólo salía cuando llegaba otra contracción. Oía lo que sucedía a mi alrededor, llegaba a balbucear algo, pero no era capaz de moverme, abrir los ojos o decir más de 3 palabras seguidas con coherencia. Cuando me pusieron la epidural, no solo dejé de notar el dolor de las contracciones, sino que también dejé de notar las propias contracciones e incluso las piernas se me durmieron.
Terminé de dilatar y me llevaron al paritorio donde tras una pequeña episotomia y la maniobra Kristeller, mi pequeña nació, sana como una manzana. Enseguida me la pusieron encima mio aunque pasados unos 10 minutos se la llevaron a un rincón del paritorio donde la limpiaron un poco, midieron, pesaron y vistieron para luego volver a ponermela encima. Terminaron de coserme y me subieron a planta, pero antes de salir por la puerta con mi niña en brazos, el ginecólogo cogio una toalla y me limpió el cuello pues "parecía que salía de una masacre más que de un parto" ¡qué majo!.
En ese momento, este parto fue perfecto para mí.
Olvidé el dolor de las contracciones. Olvidé que, a causa del sobre-efecto de la epidural, no había notado cómo había nacido mi hija. Olvidé que la matrona se había subido sobre mí y había apretado sobre mi barriga para que la niña saliera más rápido. Tenía a mi niña en mis brazos. Por fin podía ver su cara, coger sus manitas, besarla, acariciarla, notar su olor, esa olor tan peculiar que tienen los bebés. Era inmensamente feliz.