Apenas unos días atrás os contaba el que bajo mi humilde opinión, hay que tratar de saborear las pequeñas victorias caserillas del día a día… el saber que vences a una adversidad. Y sí, vale… está muy bien. Pero hoy pienso que igual es un mensaje un poco frívolo. O al menos, si no cuentas toda la verdad; si no cuentas también el otro lado del pastel, vaya…
¿Y cuál es ese lado? Pues el “durante”… Ese rato o ese momento en el que estás con el agua al cuello… en el fango… en el charco… Con todo el marronaco encima. Ese momento… bueno, no hace falta que os diga que puede ser bastante infernal.
Dejando las fiebres de nuestra retoña un poco atrás, ahora lo que predominan, estos días, son los mocarros deluxe, y las FLEMAS. Las flemas nocturnas. Esas que hacen que tu bebé respire como un zombi de 85 años traqueotomizado. Vaya una
Hace un par de noches, he visto llorar de pura angustia a nuestro bebé, como no la veía desde que salió del vientre de su madre. Y seguramente esta vez haya sido bastante peor. Es más… igual me estoy volviendo un poco Dory, como la de Buscando a Nemo, y la memoria me va fallando… pero no recuerdo, en los diez meses que tiene la niña, un momento “llanto” como el de esta vez.
Esta vez, se levantó Churri. Llantos. Llantos que no paran… -“¡Qué raro!”- Llantos que se transforman en toses… en ¿son arcadas, eso…? Llantos que se mezclan con una llamada de ayuda de Churri, ya dentro del lavabo. Y lo que veo es a Churri con la nena sostenida en bazos sobre el lavabo, vómitos por todo el pijama, y la Lechona colorada como un tomate de ramillete.
Y aquí, el minuto largo de angustia, con la secuencia repetida hasta tres o cuatro veces: la niña llorando desconsolada perdida, hasta que rompe a toser; tosiendo, hasta que la flema le atasca, y vomita… Babas colganderas, espesas, que hay que extraer de su boca con la mano como podemos, mientras parece que la niña se ahoga. Y para. Y la niña berrea de nuevo, con su llanto silencioso; cuando se priva -que deja de respirar por si misma, vaya, como aguantando las respiración hasta que arranca de nuevo el berrido…-
Y así, de nuevo el ciclo… Llorando, con la cara hinchada como si fuera una boxeadora ucraniana. Por dos veces… por tres veces… Por cuatro veces. No sé…
Yo… haciendo lo que podía, que ya no sé ni lo que era; poco más que aguantar el tirón. Y Churri… mi valiente, mi Wonder Woman, la FUERTE de la casa, la Cherif del lugar… aparentemente estoica y serena, ayudando a la pobrecitamía a respirar… a que aquello se moviera, con sus masajillos torácicos.
Y la cosa cesó… se relajó. Nos la llevamos a la cama, y tendida sobre Churri, a base de repetirle ella los masajes torácicos, moviendo las flemas, con paciencia y calma, se quedó dormida al poco rato. Y yo no podía apartar la mirada de las dos, con mi cara de tonto… hasta que de nuevo Morfeo entró en escena y cada uno rescató como pudo su parcela de la cama, un buen rato después.
Ahora es cuando os diría… -“¡¡Qué guapo!! ¡¡Cómo mola y qué bien sienta solucionar una pequeña crisis cotidiana!!”- Sí, muy bien. Pero ese minuto de angustia que te pilla desprevenido… ese mal rato… ese susto inesperado que se te queda en el cuerpo, no se lo deseo yo a nadie.
Ahora sí, claro… Luego vas a la pediatra, y te dice que es algo de lo más normal; que no pasa nada. Que es algo un poquito escatológico, vale… desagradable. Pero que es de lo más común y que no tiene ningún misterio. Que la niña está bien, y que del pecho está estupenda.
Yo la creo, y ahora, a toro pasado, ya sé que me lo tomaré de otra forma. Peroooo… ¡qué mal voy yo a llevar esto de los disgustos desprevenidos! ¡Aysss…!
(Miedito tengo de preguntaros por algún momento de estos que os haya ocurrido…)