Quizás sea la escuela el lugar idóneo para explorar; más aún, para jugar, porque las experiencias que el juego o la exploración generan podrían parecerse a los acontecimientos que nos depara la vida misma, dando lugar al juego simbólico. Somos seres simbólicos, se trata de un proceso que empieza en la infancia. También es un instrumento necesario para los procesos de aprendizaje, por ello se incluye en las aulas el trabajo en rincones como una estrategia pedagógica que persigue el desarrollo de distintos aprendizajes del niño en función de sus necesidades. Estos rincones actúan asimismo como catarsis del mundo afectivo del niño. La gran riqueza del juego simbólico, entre otros aspectos a valorar, nos ayuda a apropiarnos de las metáforas de la vida y transformarlas. Además de conocer el mundo que nos rodea, mediante la creatividad nos adaptamos mejor a los cambios que se derivan de la vida, desarrollando competencias y actitudes para comprender mejor dichos cambios. Gracias al desarrollo de esta capacidad cabe la posibilidad de enfrentarse a los problemas que subyacen en el día a día de formas diferentes y con soluciones múltiples.
En edades tempranas es necesario que el juego simbólico esté presente en nuestras actividades docentes, ya que es un ingrediente esencial para el correcto desarrollo de los niños. Por otra parte es preciso para que se desarrollen otras facetas propias de la inteligencia, el lenguaje, las relaciones sociales, la gestión de nuestras emociones y cómo resolver pequeños problemas que se presentan en el día a día.