Comentando este tema con una de mis amigas, Paula, me confirmó que un psicólogo, René Spitz, había realizado una serie de estudios a mediados del siglo pasado observando a bebés procedentes de orfanatos y hospitales de todo el mundo.
Una vez leído el estudio, se me pusieron los pelos de punta. Pero es cierto: el cariño de una madre mueve la vida del bebé y aunque parezca mentira, en muchos países todavía se da esta trágica situación.
Os invitamos a leer las conclusiones sobre este estudio porque son muy muy interesantes.
René Spitz se mostró muy interesado por conocer qué ocurría con los bebés en las instituciones en las que eran acogidos. Para ello, seleccionó algunos orfanatos con el fin de estudiar el desarrollo de los bebés en esas condiciones y los comparó con el desarrollo de los bebés con un madre amorosa. Ambos tenían todos los cuidados necesarios: Vivían en condiciones higiénicas, recibían buena comida y también tenían atención médica.
Sin embargo, la mayoría de los niños de los orfanatos no tenían algo que sí tenían los niños al cuidado de sus madres: les faltaba el contacto materno. Las enfermeras y cuidadoras encargadas de los bebés no tenían tiempo para edarles cariño en unos orfanatos abarrotados. Como resultado: Los bebés vivían prácticamente en soledad, en sus pequeñas cunas. El contacto con sus cuidadoras se limitaba al tiempo en que tomaban el biberón.
Las consecuencias de la ausencia del contacto materno eran inimaginables. Bebés (con menos de 18 meses) aparentemente sanos, que recibían en los orfanatos todos los cuidados básicos y tenían unas condiciones de higiene perfectas, terminaban muriendo antes de llegar a los dos años de edad. La ausencia de caricias, abrazos, besos y el roce piel con piel había terminado matándolos después de más de 18 semanas sin ellos. Y en ese duro periodo de tiempo terminaban por no llorar, aprendían que nadie iba a responder a sus llamadas.
En un orfanato, casi la mitad de los bebés moría antes de cumplir los dos años. En otro, la mortalidad llegaba al 90%. Aquellos bebés que lograban sobrevivir más de dos años y medio quedaban traumatizados de por vida: Tenían un retraso mental considerable, trastornos motores, incapacidad para establecer relaciones sociales y la mayoría era incapaz de hablar y de realizar actividades sencillas por ellos mismos. Además, la falta de contacto materno retrasaba su crecimiento, bebés de 10 meses podían parecer que tenían 3 ó 4.
Spitz describió la cara típica del bebé “abandonado” en un orfanato abarrotado: “Ojos abiertos de par en par sin emoción, cara congelada con una expresión distante, como si estuviera aturdido”. Antes de llegar a esta fase final, los bebés reaccionaban ante la ausencia de contacto humano con lloros repetidos y se agarraban a alguien en cuanto estuviera cerca. Pasado un tiempo, si seguían sin tener contacto, comenzaban a gritar buscando ese contacto tan importante para ellos, perdían peso poco a poco y su crecimiento se detenía. Cuando los bebés se resignaban a la realidad de una vida sin contacto materno adoptaban un comportamiento autista: Replegados sobre sí mismos y rechazando cualquier intento de contacto hacia ellos.
Gracias al estudio de la dura realidad que ocurría en los orfanatos y hospitales, hoy en día todas estas instituciones que se encuentran en los países desarrollados deben y tienen que fomentar el contacto con los bebés.
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