Cuento todo esto porque, ahora que me encuentro realizando un curso sobre educación respetuosa, el primer tema se centra en conocer tu verdadera historia y sanar las heridas del pasado, es decir, ser consciente de todo aquello que te pudo hacer daño en algún momento y perdonar. Este tema me ha llevado a recordar una de las sesiones de yoga en la que N me dijo que haríamos una visualización. Me indicó que cerrara los ojos e imaginara un lugar tranquilo, lleno de cesped, flores y al fondo una gran montaña. De aquella montaña surgía una niña pequeña. Lo realmente emocionante fue saber que esa niña sería yo.
Este ejercicio, tan sencillo y simple al mismo tiempo, consiguió remover todo dentro de mí y emocionarme como hacía tiempo que no me pasaba. Y es que casi nunca caemos en la cuenta de que dentro de nosotros hay un niño y que a veces es necesario encontrarnos con él, hablarle, decirle como nos sentimos, o simplemente observarlo y disfrutar de su espontaneidad. Para mí resultó una experiencia muy agradable y un tanto dolorosa, porque de algún modo, es como situarnos ante un espejo y hablarnos a nosotros mismos. MIrarnos a los ojos y ser claros.
Todas estas situaciones nos ayudan a crecer, a conocernos mejor y como no, a caminar por el largo sendero que supone el autodescubrimiento y que todo proceso de cambio conlleva.